sábado, 26 de diciembre de 2020

El hombre de rostro cansado

Stuart era un hombre de rostro cansado. Como si la vida siempre lo hubiese tratado mal. A su aspecto se le unía su espalda ligeramente encorvada, que a ratos le hacía parecer un campanero o un matón.

Desde hace relativamente poco estaba saliendo con otra semi-elfa, de círculos completamente diferentes y bastante jovial. Así que los amigos de ella tenían demasiadas preguntas que hacerle. No obstante, creían en su buen criterio: Stuart tenía su atractivo y jamás dio signos de tratarla de manera inadecuada. Además, ella parecía bastante feliz y nunca le negó cierta distancia cuando ella necesitaba tiempo para sí misma.

Aún así, sus amigos la querían y todavía extrañados por la independencia que ella siempre había gozado y de la que ahora se desprendía, se acercaron a Stuart y lo hacían partícipe de sus reuniones sociales y familiares. Quería saber si era de fiar y de serlo, que no quedara desplazado o castigado por sospechas infundadas.

Él no era un libro abierto, pero entre cervezas, un ambiente tranquilo y la luz del atardecer, el hombre de ojos apagados contó su historia, una historia que compartía con otros semi-elfos en esa sociedad donde eran considerados parias.

Stuart, de edad indefinida y siempre joven por su herencia sanguínea, se crio en una época donde el odio a los suyos todavía estaba madurando. Era un joven muy trabajador y responsable. Lo suficiente como para haberse encaprichado de una privilegiada humana.

Con su pelo ondulado y su vestido apretado, con su cintura ajustada con corté, ella devoraba todos los días un libro. Sus ojos a veces lloraban por la tristeza que le infundían esas páginas y otras veces por la alegría que sentía y compartía con sus personajes favoritos.

Así que, envalentonado, Stuart subió por la celosía y asomó su cabeza para ver a esa hermosa mujer que, evidentemente, se asustó. Pero Stuart tenía buen aspecto. Es una persona aseada y pulcra, con una voz profunda y tranquilizadora. Ella le dejaría subir a su terraza. Ese y los siguientes días.

Ellos eran muy felices. Él se gastaba todo el dinero posible en comprarle dulces y pasteles que su familia no quería que comiese para que no ganase peso y perdiese su figura. Ella le leía y le hablaba de todos los apasionantes viajes que vivía a través de los libros. Eran una pareja perfecta.

Mientras, los semi-elfos en la ciudad eran señalados por crímenes que no cometían. Perdían sus trabajos y las leyendas urbanas de semi-elfos buscando problemas porque estaba escrito en sus perversos genes mestizos aumentaban.

Así que cuando una sirviente descubrió a Stuart en brazos de la joven Elisabeth, se desató el caos. Sus padres entraron en cólera, llamaron a las autoridades y él tuvo que huir. Pero no quiso renunciar a lo que sentía por su amada.

A los días, cuando pensaba que por fin era seguro subir de nuevo por la celosía, lo hizo. Stuart subió con energía, revitalizado por el deseo e ilusión de volver a ver a su amada. Pero los amarres de la celosía fueron cortados y en el tramo final, cuando sentía el calor y la cercanía de la mujer de cabellos ondulados, cayó de bruces contra el suelo de granito.

Quiso gritar de dolor y de impotencia, pero no pudo. El dolor le recorrió todo el cuerpo y la vista tornó blanca, como si sus ojos dejasen de ver por un instante. La espalda le ardía y dejó de sentir sus manos. Su cabeza le latía por la adrenalina y la sangre teñía sus cabellos.

Recuperó la razón y conciencia minutos después, quizás horas. Se arrastró por el suelo hasta salir de allí. El miedo le había dado las fuerzas necesarias para volver a casa. No pudo levantarse en días y cuando lo hizo, su espalda destrozada y mal curada le acompañaría el resto de su vida como una joroba, como si fuese la marca de un pecado que solo era tal a los ojos humanos.

Abandonaría la ciudad poco después, tras hostigamientos de la clase privilegiada y cuando encontrar trabajo en ella se hizo tarea imposible.

Se mudó a las montañas y construyó con sus propias manos la casa en la que viviría las siguientes décadas. La casa en la que esperaba vivir hasta el final de sus vidas con Raine.

Sus nuevos amigos callaron y guardaron silencio durante la historia. Se sentían identificados aún cuando muchos jamás habían vivido en sus venas el terror de ser perseguidos por falsos estereotipos.

Stuart sonrió. Para él no era una historia triste. Añadió que él siempre tuvo comida en su plato y que nunca le faltó un techo donde dormir. No obstante, no se sentía tampoco un hombre afortunado hasta que conoció a su nueva pareja, Raine, y hasta cuando pudo comprobar que compartía sus mismos ojos con su nieta.

Su Elisabeth solo era un fantasma que había desaparecido y había sido enterrado bajo una tumba de mármol. Con elogios escritos por su familia en forma de epitafio.

Stuart confesó que durante su exilio a las montañas, se escapaba de vez en cuando a la ciudad, para poder observar la vida de Elisabeth y desde la distancia, sentirse partícipe de su felicidad. Pudo ver crecer a la hija que compartían y después a su nieta.

Stuart terminó su relato girándose hacia sus acompañantes. El sol se había marchado y la noche dio comienzo. Ellos habían sido los primeros en oírle hablar con nostalgia, de la mochila que había sobre sus hombros. Dentro de ella, la muestra de que Stuart era el hombre más adecuado para Raine.

No volvieron a hablar del tema. No era necesario hacer hablar al hombre de rostro cansado, simplemente escuchar si él necesitaba compartir algo con ellos, cosa que haría muchas veces, cada vez de manera más natural.

sábado, 28 de noviembre de 2020

Recuelle: Preguntas (+18)

-Buenas días, querido y magnánimo alcalde

-¿Donde... Dónde estoy? ¿Y quién es usted? ¿Por... Por qué estoy atado y desnudo?

-Poco a poco, señor alcalde, no querrá que su pobre corazón ceda. Ya sabe lo que le dijo el médico, reduzca las carnes rojas, haga algo de ejercicio e intente no alterarse.

-Usted es aquel mercenario, aquel tipo con la cara blanca... Barnabás.

-Sí, ese fue el nombre que le di en su momento, pero déjeme que me presente otra vez esta vez con la sinceridad que se merece su ilustrísima. Mi nombre es Recuelle, bardo de oficio y maestro de mis deseos como profesión.

-Oiga, no sé a qué viene todo esto, pero si me desata ahora mismo y me deja ir de sabe dios donde estamos le prometo que...

-Pah, pah, pah, pah. ¿Qué le he dicho hace unos instantes, señor alcalde? Cálmese si no quiere que su estado se empeore. Ahora, si no le importa y ahora que ya me he presentado como los dioses mandan, le explicaré que hace aquí.

-¿Y dónde demonios es aquí?

-Este lugar, mi querido amigo, es el almacén subterráneo de una vieja amiga que me ha pedido un favor, y como todo el mundo sabe el bueno y bondadoso de Recuelle no puede negarle nada a sus camaradas. Y si no le importa, deje las preguntas y escuche con esas orejas zafias y llenas de pelos de anciano, o si no quizás se pierda en mi conversación y me haga tener que repetirme. Y a mí no me gusta decir las cosas dos veces. ¿Está de acuerdo? Tomaré su silencio como un sí. Verá, necesito que me de información sobre cierto paquete que llegó a sus oficinas hace un par de semanas. Era un paquete más o menos de un pie de largo y dentro había un papel con unas letras muy importantes escritas en este. ¿Le suena de algo?

-No recuerdo haber recibido ningún paquete así.

-Oh, pero sí que lo recibió. De hecho, tengo la declaración jurada de su jardinero sobre cómo recibió a un caballero vestido de negro a su domicilio que le entregó en mano dicho paquete, el cual llevó a su despacho a examinarlo junto a este y comprobó su contenido antes de depositarlo en una caja de plata y enviarlo por correspondencia a los dioses saben donde.

-¿Cómo sabe todo eso? ¿H a torturado usted a Iorveth?

-No sea estúpido, Iorveth trabaja para mi amiga y fue él quien me dio voluntariamente toda la información que le he expuesto.

-Entonces si sabía todo eso, ¿por qué me ha preguntado?

-Para saber si era posible confiar en usted y, lamentablemente, ha fallado la prueba. Me decepciona, ilustre. Pensaba que una persona de su estatus y cargo mantendría una ética sobre la mentira de tolerancia nula, sobre todo conmigo que solo he dicho la verdad desde que he empezado a hablar con usted. A partir de ahora, por desgracia para los dos, me veré forzado a tomar medidas más estrictas, inquisitivas incluso.

-Es usted un ser despreciable.

-Puede, pero le interesa que este ser despreciable esté contento y feliz hasta que le libere, o puede que tenga que pagarlo muy caro. Dígame señor alcalde, y dígamelo con toda la verdad dentro de su alma, ¿podría indicarme si esos documentos son realmente las últimas voluntades del conde de Bourgnoim y el testamento de este?

-Sí, pero nunca podrá encontrarla. Jamás le diré nada.

-Oh, claro que hablará. Verá, hay una razón para que usted y yo estemos con las vergüenzas al aire y no es puro exhibicionismo, sino que he comprobado en varias escenas de suma experiencia que la eliminación de la ropa hace que sea mucho más fácil eliminar las pruebas y aparentar que nada ha sucedido tras un trabajo. También es cierto que sin ningún tipo de prenda, el acero lo tiene más fácil para penetrar la carne y la piel y da un mayor control de una hoja para ciertas actividades. Por ejemplo, fíjese en esta belleza. Es un cuchillo gnomo, hecho de acero templado y laminado. Los gnomos lo utilizan para cortar las pieles de las liebres si dañarlas demasiado y venderlas a mejor precio en los mercados, pero yo he descubierto que su filo tan fino como un pelo y sus paredes rugosas son perfectas para introducirse en los dedos sin uñas y separar poco a poco la piel de la grasa y hacer una inmesurable cantidad de dolor. O mire este otro, una hoja larga y delgada como una aguja, perfecta para coser con hilo de intestino de gato las heridas superficiales y evitar el desangrado de la víctima durante mis sesiones de interrogatorio. ¿Quiere que continue?

-Haga lo que quiera, hice una promesa y pienso cumplirla. Nadie tocará la herencia del conde de Bourgnoim salvo su sobrino menor, quien gobernará sus tierras y su gente. Córteme, cósame, écheme fuego si quiere y mande a los perros del mismo infierno. Mis labios están sellados.

-Muy honorable por su parte, pero fútil a su vez. Verá yo no quiero quitarle la herencia al pobre Nicholas, para nada. Sin embargo, el joven es demasiado impetuoso y se deja llevar por su corazón y mi queridísima amiga cree que sería mejor que alguien administrase sus cuentas antes de que se haga un hombre hecho y derecho. Ya sabe, no podemos dejar al pueblo a la merced de un descerebrado.

-¿Y a quién pondría una rata como usted o su socia como administrador?

-A su primo Teolfo, por supuesto.

-¡Ja, su primo es un necio, un borracho y un juerguista! Es un incompetente tal que todos saben que su hermano será el heredero de sus padres pese a ser menor. ¿De verdad creen que será mejor gobernante que un niño?

-Creo firmemente que lo será. porque cuando gobierne hará que se mueva la economía más importante de todas.

-¿Qué sandeces está diciendo?

-Escuche y aprenda, querido amigo. Cuando un hombre como él sube al trono, todo el mundo gana. Primero empezará a montar grandes fiestas y banquetes, tantos que todo el mundo en la corte será feliz y disfrutará mientras sus asesores y gente de confianza toman el mando de las tierras y se encargan de su administración. Después llegará un punto en el que el pobre conde estará falto de oros y subirá los impuestos, volviendo así al punto uno hasta que, sorpresa para cualquier mortal con poco cerebro, haya un momento en el que no pueda subirlos más. Después empezará a pedir préstamos por asesoría de sus nuevos consejeros a gente respetable que puede asumir dichas sumas entre las que se encuentra mi amiga, la cual comenzará con intereses bajos y luego los irá subiendo conforme la suma crezca, alternándose de nuevo el paso uno y dos. Finalmente, la suma será inasumible, el pueblo estará harto y lo destituirán, tanto a este como al pobre Nicholas el cual, probablemente, no haya llegado a la mayoría de edad debido a un accidente de caza, un envenenamiento o a la daga que escondía una dulce doncella que había ido a visitarle en su cama para celebrar su décimo sexto cumpleaños. Al estar el sitio vacío, los asesores buscarán a una persona competente, el pueblo aprenderá a rebelarse contra los tiranos y los prestamistas recibirán gran parte de las tierras del condado para pagar las deudas. ¿Ve usted, mi querido alcalde, como a cambio de un par de años de miseria tendremos una tierra más fuerte y recia?

-Está loco. Su plan es una estupidez. Jamás funcionaría tal artimaña.

-¿Y quién es usted para decir eso? ¿Acaso me conoce para poder llamarme loco? Quizás sea un loco, quizás sea un visionario, o quizás solo estoy exponiendo una excusa para ocultar que Teolfo le ha pagado a mi compañera una gran suma por mis servicios. De igual forma, solo hay una forma en la que saldremos de esta: con usted contándome dónde se encuentra el documento y yo cambiando un simple Nicholas por un Teolfo. ¿Está dispuesto a colaborar o se va a empeñar en que estrene una nueva pastilla de jabón?

-Púdrase, no puede hacerme cambiar de opinión. Nicholas es el heredero del conde de Bourgnoim y nada de lo que diga o haga me hará cambiar de opinión.

-¿Nada de lo que diga o haga, dice? Es un poco cruel, ¿no cree? Encima de que le estoy tratando con tanta delicadeza.

-Váyase al infierno usted y sus palabras de patán.

-¿Y si no se lo pidiese yo? Y si se lo dijese un joven llamado... no sé, ¿William?

-¡No vuelva a decir ese nombre! ¡No vuelva a decir el nombre de mi hijo!

-Ah, vamos progresando, eso em gusta.

-¡Como le haga algo a mi hijo le juro que...!

-¿Me jura qué? ¿Que se quedará ahí quieto mientras yo hago mi trabajo? He oído que su hijo William es un jovencito de quince años bastante popular en sus círculos. Me han dicho que es un maestro con el arco y con las damas. ¿Sabe algo curioso de la arquería? El arco, pese a ser un arma primitiva y robusta, es controlado principalmente por el meñique de la mano que lo sujeta, el cual le otorga estabilidad al lanzar la flecha. Además, pese a que todo el mundo sabe que para lanzar una flecha solo se necesitan el índice y el corazón en la mano de la cuerda, existe un punto en el que los tendones de ambos dedos se entrecruzan y una pequeña incisión los deja inútiles.

-¡Cállese ahora mismo!

-Si me deja pensar en otros elementos de su muchacho, diría que su elemento más atractivo son esos ojos esmeralda que tiene. Escuché que en la universidad una moza escribió un poema sobre sus ojos. ¿Qué era lo que estudiaba? ¿Ingeniería, leyes? Ah, ahora recuerdo, medicina. ¿Sabe que existe un parásito que se transmite por contacto de mucosas y que devora por dentro los ojos de su huésped mientras crea nidos en sus cuencas? Es un ser diminuto y fascinante llamado Vermis Oculus que solo vive en ciertas zonas pantanosas y que son indetectables hasta que es demasiado tarde. Aunque claro, alguien con el suficiente oro podría hacerse con uno de estos especímenes.

-¡Silencio, bastardo hideputa!

-Oiga usted, un respeto hacia mi madre que no se merece tales insultos. Si le molesta tanto, no se preocupe, puedo cortarle el cuello mientras duerme. Es mucho menos doloroso y más sencillo. Además, es una de mis especialidades.

-¡Por favor, pare!

-Y si no puedo ir a visitar a la mayor. Ay, me han dicho que Elisabeth está viviendo en el ducado de la familia Rostfields en el sur y dicen que su primer cachorro está a punto de nacer. ¿Cree que saldrá a su padre o a su madre? Seguro que están interesados en un arlequín para entretener a su bebé, puede que hasta me ofrezca a ayudar a la pobre niñera si está en apuros.

-Basta de una vez, se lo suplico.

-Una pena que no haya podido conocer a su mujer. La viruela se la llevó hace unos años, ¿verdad? No creo que pueda hacer mucho por ella, aunque estoy seguro de que si entierran junto a ella a sus hijos descansará en paz por el resto de la eternidad. ¡Hey, qué buena idea acabo de tener! ¿Y si la llevo a darle una visita a sus hijos? Quizás tenga que peinarle los cuatro pelos que le queden y abrillantarle con lejía los dientes llenos de barro, pero seguro que a sus hijos les hace mucha ilusión ver a su madre una vez más.

-Basta, por todo lo sagrado... basta.

- Yo no soy el que tiene potestad para parar, sino usted, mi magnánimo y poderoso gobernante. Tan solo tiene que decir un par de palabras y, con ellas, me hará el hombre más feliz del mundo. Tanto que seguramente me olvide de su familia.

-...

-Vamos, dígalo, confíe en mí.

-Si se lo digo... ¿promete no tocar a mi familia?

-Lo juro como que el nombre que me dio mi santo padre es Recuelle.

-El documento está en la biblioteca de un cortijo en mis tierras. Está vigilado por media docena de guardas que se hacen pasar por jornaleros y atacarán a aquel que no les dé la palabra de seguridad: valeriana. El documento está guardado dentro de la caja de plata, oculta en la sección de historia junto al tratado de las Tierras de los Gigantes.

-¿Algo más que deba saber? No quiero llevarme sorpresas.

-¿Qué me hará cuando le dé la información?

-Pensaba que a usted no le importaba lo que le hiciese, pero si le creo prometo no hacerle nada.

-La caja tiene un mecanismo, la tapa debe subir perpendicular a su base hasta extraerla completamente o el documento prenderá en llamas. Eso es todo lo que necesita saber.

-Bien, lo ha hecho muy bien, señor alcalde. Siéntase orgulloso. Creo cada palabra de lo que ha dicho.

-¿Me dejará marchar ahora?

-Lamentablemente, no.

- Le he dicho toda la verdad, ¡usted mismo ha dicho que me cree!

-Y le creo, le juro que le creo. Pero... verá, el problema es que es mejor prevenir que curar. Ahora vamos a comprobar si corrobora su historia de nuevo. Pero antes, ¿puedo hacerle una pregunta? Es una nimiedad, se lo prometo.

-... Hable.

-¿Por dónde quiere que empiece? 

domingo, 25 de octubre de 2020

Recuelle: Sueños

No hay esperanza para el ser humano que no dependa de su deseo para obtener lo que ansía, ni tampoco existe mayor desgracia en esta vida que la incapacidad de controlar los designios del cruel y déspota sino marcado en nuestro sonámbulo tiempo en la tierra.

Ayer, presa del alcohol y el dolor por las heridas de mi última presa, mi sueño me llevó a un mundo que nunca fue. Mi habitación, que no es más que una buhardilla cubierta por telarañas y recuerdos ya abandonados, se convirtió en un hermoso cortijo en el campo. Miré asombrado al cielo estrellado y hermoso, despejado y claro como las aguas de un manantial virgen, pues no era el cielo poluto y enfermizo de las ciudades en las que me había refugiado. Los sonidos del viento moviendo con gracia el trigo se mezclaban con el griterío de la orquesta formada por los animales domésticos y el olor a orín y blasfemia se convirtió en pureza. Intenté limpiarme los ojos por miedo a ser presa de una ilusión y pude ver que mis manos habían desaparecido las manchas de sangre y las cicatrices de hojas y misfortunios al igual que el tono cenizo que las cubrían para mezclarme con el pueblo y ocultar mis más oscuros secretos. Y fue ahí donde comprendí que era un sueño, pues solo en sueños podía comprender la belleza de la vida, sin atavíos ni pesos de mis acciones pasadas.

Viajé por aquella tierra de sueño en busca de respuestas, internándome profundamente en los campos de trigo que afrontaban aquel cortijo de paredes blancas como la nieve. El tacto del grano acariciaba mi piel y me hacía cosquillas mientras el viento removía mis cabellos en un torbellino salvaje y revolucionario. Era una sensación extraña y agradable, una sensación que solo el sueño podía brindarme. En mi somnoliento periplo, me pregunté quién era realmente, pues en los sueños uno puede perder su propio ser para convertirse en otro, transformando una personalidad por completo y tornando una prístina esencia en otra como las artes arcanas que confunden la materia a su más bajo nivel hasta que cumple sus designios. Miedoso, me pregunté a mí mismo quién era y me forcé a recordar los acontecimientos que marcaron mi existencia. Mi consciencia trajo de nuevo los malos recuerdos de una vida ruin y sisífica: la humedad de mis mejillas mientras los cobradores nos echaron de nuestra casa, la cálida mano de mi madre mientras su fuerza se desvanecía con cada expiración, el olor de la sangre emanando de mi primera víctima y, como no, el frío que marcaba mi alma cuando empuñé por primera a Aitaita. Fue entonces cuando eché instintivamente la mano a mi cintura en busca de aquel enigmático acero arcano pero mis manos no lograron sentir el tacto del pomo de lobo y la empuñadura de cadena de acero. Y ahí volví a comprobar que estaba en un sueño, pues solo el sueño podría separarme de mi carga y a la vez de mi mayor regalo.

Proseguí mi camino bajo la radiante luz del sol y el amable tacto del viento hasta que una extraña voz, risueña e infantil, me llamó la atención. Me dirigí en su búsqueda y, tras andar por un tiempo que no creo que jamás sea capaz de contar, pude ver a una niña. Aquella muchacha de cabellos rizados rojos como el fuego no debía superar la docena de años. Sonreía con una cara pecuda que resaltaba con su piel morena por el sol y sus ojos, esmeralda como la piedra más pura de la tierra, me intranquilizó, pues eran aquellos ojos tiernos y faltos de maldad igual que los de mi madre. Mi mente volvió a viajar al pasado, a recordar tiempos mejores cuando era un niño y mi mundo era tan pequeño que no alcanzaba más allá que las cuatros paredes de mi casa. No fue una vida fácil, no con el padre que tuve la desgracia de tener, pero siempre encontraba cariño y ternura en aquellos ojos esmeralda. Y ahí supe que estaba en un sueño, pues en mi vida no volverían a existir jamás ojos como los que una vez me dieron esperanza.

Me acerqué a la muchacha e intenté hablar con ella, no con intención de dañarla o de afligirla, sino buscaba respuestas a un mundo onírico y místico que no era capaz de comprender. Le pregunté dónde estaba, quién era y por qué mi mente me había traído hasta aquí, pero como si las tinieblas me cubriesen, ella no hizo esfuerzo alguno por verme o escucharme. Continué con mi interrogatorio fútil en el que cada palabra me frustraba más y más mientras la niña seguía riendo y jugueteando entre el trigo ajena a mi presencia. Mi desesperación tornó en tristeza y, de la tristeza, se convirtió en ira. Noté el calor incómodo de mis sienes hinchándose por el enfado y mis dientes que chirriaban entre los labios abiertos. Mis ojos escocían por el rojez de la frustración y grité con todas mis fuerzas en un último intento por buscar una respuesta. Mis ojos se cerraron un instante y, cuando los abrí, había de ser yo mismo y pude verme desde más allá de mi cuerpo y mi consciencia.

Quien estaba frente a mí era mi cuerpo y, lo que mis ojos contemplaron con vacilación, hizo de mi propia alma se tambalease bajo los pilares que conformaban el mí. Quien estaba ahora delante mía era mi cuerpo pero no había marca alguna de acero o bronce en mi piel, ni cicatriz que marcase los años de bandolería y saqueos. Mis cabellos conformaban una larga melena, limpia y voluminosa, que llegaba hasta mis hombros en un reguero de belleza castaña en lugar de estar cortados y arrejuntados por la suciedad y el sudor. Mis ojos volvían a ser del mismo esmeralda que una vez fueron cuando fui niño y las bolsas de incontables noches en velo habían desaparecido. Mi cuerpo era de mayor envergadura y una capa de grasa protegía a los músculos que otrora habían sido visibles por una piel que pocas veces tomaba bocado. Mi maquillaje, mi puntura de guerra, la máxima expresión de mí mismo también había desparecido y tenía un tomo moreno de aquellos que pueden disfrutar de una vida cómoda y feliz bajo el sol. Quien estaba delante mía era yo, pero no el yo que conocía. Era una copia, una imitación, una versión de mí que jamás conoció las vicisitudes del destino. Era la respuesta al qué hubiera pasado y el ejemplo de lo nunca será o volverá a ser.

Y tú, mi querida víctima, que estás atado frente a mí con los labios tapados por la misma tela de tu difunta y que notas cómo el frío sudor recorre tu piel mientras el miedo toma el control y expulsa de tu cuerpo el poder de tu albedrío, ¿quieres saber qué sentí al ver aquella imagen? Pena. Aquel hombre no era yo, pues mi alma se ha forjado bajo los martillazos de infortunios. Aquel hombre jamás conoció la pena, jamás supo adaptarse a un mundo blasfemo que solo deseaba reducirle a la nada. Aquella imagen era un insulto a quien soy ahora. Y ahí supe que estaba en un sueño, pues jamás me hubiera visto en tal desdicha como para abandonar este presente que poseo, el de un futuro incierto para el que tengo las fuerzas de enfrentar.

Ahora siente cómo el cuchillo perfora tu pecho con lentitud, cómo la sangre emana de tu piel y se interna en los pulmones. Cómo tu respiración se hace cada vez más pesada. Cómo tus ojos caen y tu vista se vuelve oscura como la noche. Quizás, en tus últimos momentos, sueñes con un mundo hermoso y feliz en el que yo no exista, donde tuviste la oportunidad de huir, donde un hombre viejo y envidioso jamás me dio el oro para acabar con su propia hija y su marido. Quizás seas feliz en ese sueño, y ahí sabrás que es un sueño, pues solo en sueños el mundo puede librarse de mí.

sábado, 26 de septiembre de 2020

Hijos de Laguna

Se cumple apenas un año de la condena cuando nos dicen que somos libres. Fuimos condenados por ser miembros de una organización delictiva, a otros de los nuestros, además, se les imputa el asesinato de un diplomático del planeta Laguna.

    No sé exactamente qué ha pasado, pero la organización entró en bancarrota y no sé qué va a ser de mí. Los retrogenéticos no tenemos mucha salida en un Pandominio hipercontrolado por el gobierno. Somos la excepción de cualquier regla o norma, con total libertad para pensar y vivir, pero esclavizados por nuestra independencia, que nos obliga a ser parte de organizaciones como Space-Russafa.

    Esclavizados para ser meros transportistas, carne de cañón o, como en nuestra última misión, observadores internaciones. Nos iban a pagar 200 créditos solamente. Todo era llegar a Laguna, dar una vuelta por el planeta, quizás entrevistarnos por un par de teraborgs y con la monarquía, y volver a Janssen con un informe que nos acabaría dictando la empresa.

    La realidad es que en Laguna nos ofrecieron unos planes muy diferentes. Un noble apellidado Alde nos interceptó en pleno astropuerto orbital dándonos identificaciones especiales y nos pidió que fuésemos a su palacio. Como ilusos, no desperdiciamos la posibilidad de ganar un extra por una misión sencilla y que tampoco nos desviaba de nuestro objetivo principal.

    El señor Alde nos recibió con un gesto arrogante, como si nos hubiera pagado entonces para que le lamiésemos las botas. Nos llevó a la habitación de su hija, de la que supimos poco después que había desaparecido, y culpaba a la familia Deida, sus rivales políticos y actuales monarcas.

    ¡Estúpidos teraborgs! esos lagartos espaciales que se creen tan inteligentes e importantes por tener acceso a la tecnología de portales. Esta vez se habían pasado tres pueblos, ¡habían invadido el planeta! Pero a nadie parecía importarle, qué les iba a importar si todos esos don normales genéticamente no pueden ni tan siquiera desarrollar pensamiento crítico. Al parecer a nadie le parece oportuno y sospechoso que se descubriera unas ruinas teraborgs en el planeta y que esta información se publicara con total naturalidad.

    La hija del señor Alde, como supimos, simplemente estaba enamorada de uno de los Deida y que su desaparición no afectaba a su integridad física o moral, sino que atendía a deseos románticos y el querer abandonar un planeta con rígidas costumbres y un padre que era un grano en el culo.

    Mis compañeros estaban más entretenidos en husmear y en dejar en evidencia al señor Alde, un padre irresponsable y del que sospechaban vinculaciones con la invasión teraborg, que cumplir alguno de los objetivos que teníamos en Laguna. 

    Cuando empezaron a apretar los gatillos, yo ya había salido. Cuando descubrieron que los planes de Alde eran ser el próximo monarca y que había traicionado a todo su planeta con hacerse con el poder implicando a los teraborg, yo ya estaba en la carretera. Alde y cinco teraborgs fallecieron en el ostentoso palacio del que yo había salido.

    La empresa Space-Russafa fue acusada de ser una organización criminal. Tuvieron que pagar sumas millonarias al gobierno en concepto de multas e indemnizaciones. Destituyendo a nuestra jefa Tane y perdiéndole de vista. Nos llevaron a un cuarto oscuro y no nos dejaron salir hasta que confirmamos todo lo que habíamos hecho en esa y otras misiones.

    Ahora que estoy fuera, respirando el aire de puro de Janssen de nuevo, me llega un correo electrónico. Una misteriosa empresa me cita en Galatrimis, un planeta deprimente, sucio y aislado. Es probable que haya misiones nuevas para mí y para mis compañeros.

    El nombre de la nueva empresa, el logo… todo me produce un escalofrío. Parece sacado de una mala películas de zombies.

domingo, 23 de agosto de 2020

Historias de Recuelle: Pasos

Oigo pasos en los charcos de aguas estancadas que viajan con rapidez en la calle empedrada. Oigo pasos de miedo y preocupación, pasos que revelan el terror propio de la naturaleza humana cuando lo desconocido asoma su mirada. Oigo pasos de pies jóvenes en zapatos de terciopelo y laca, pasos cuya máximo trabajo ha sido el de buscar cómo gastar las tardes libres sin nada que hacer. Oigo pasos, pasos de mi próxima víctima.

Mis ojos no se han recuperado del todo, puedo sentir aún el picor del ataque con el que intentaron escapar de mí pero que resultó inútil. Siempre resultan inútil. Busco los pasos en la noche y ahí veo a su fuente: una hermosa figura de piel ámbar y melena de ébano rizada tan larga como los tapices de las casas nobles. Puedo ver su vestido de seda y turquesas cosidas por manos delicadas y precisas, sus labios teñidos de negro carbón a juego con sus ojos. Puedo ver su pecho que se desplaza por su respiración errática. Puedo ver su expresión de miedo mientras mira a su espalda y lucha por mantener su falda alta mientras corre. Es perfecta, sencillamente perfecta. Es justo lo que necesitaba. ¿Tú qué crees Aithaita, será suficiente?

Me arreglo mis ropas y salgo al camino tranquilo, sin miedo o preocupación, sin ansia ni duda. Doy un par de pasos largos y ella choca conmigo cayendo al suelo. Me agacho y extiendo la mano mientras mis cascabeles suenan. Puedo ver su mirada mientras viaja en busca de lo que necesita: una sonrisa, una mano amiga y una espada a mi cinto. No tarda en coger la mano y se levanta con un pequeño gemido que precede a la lluvia de lágrimas.

Las gotas caen por sus mejillas mientras me explica la situación. No entiendo muy bien lo que sucede, pero mi rostro cambia de una sonrisa ligera a una expresión de preocupación. Mis labios cerrados denotan seriedad, mis cejas bajadas preocupación y enfado. Siempre funciona, todas mis víctimas saben que esa expresión en la de alguien que ayudará a quien lo necesite, todas saben que es la expresión de un héroe.

La función comienza. Saco a Aithaita de su vaina y su acero gris verduzco brilla bajo la luna llena y los reflejos de charcos y piedras brillantes. Puedo ver un hombre al final de la calle, un gigante vestido sin clase y que empuña su hacha bicéfala como si de un garrote se tratase. La joven se pone a mi espalda y, con una orden imperiosa, le digo que se esconda en el callejón antiguo mientras mi brazo guía mis palabras. La muchacha huye, el hombre grita. Intenta hablar, pero solo puedo oír el sonido de mis cascabeles mientras me abalanzo hacia él con una estocada baja. Ni siquiera reacciona y, antes de decir la primera palabra, mi acero ya está en su interior.

He penetrado bajo las costillas, justo a la altura del hígado. Pronto sus pulmones no pueden llenarse mientras me mira con ojos de piedad y súplica. Sé lo que me están diciendo: “Sálvame, ayúdame, no merezco morir aquí”. El gigante cae derrotado y la sangre llena la hoja. Qué decepción, ni siquiera he visto un ascua. Aún necesito más, tengo que conseguir más.

Llevo ya dos años en busca de aquello que perdí, el atisbo de esperanza que me diste en aquella calle de Rouchet cuando me vi acorralado con las espadas en la garganta. ¿Acaso no te he servido ya bastante? ¿Cuándo me darás tu poder? Solo recibo la misma respuesta una y otra vez proveniente de una voz gutural y aberrante, una voz que hace que mi alma se encoja y sienta un frío y temor más allá de lo que jamás podría haber comprendido si no la hubiese conocido: “Más”.

Otra víctima sin recompensa, pero quizás mi presa sea de mayor valor. Ahora oigo mis propios pasos, seguros y rápidos. Pasos de alguien que busca algo que espera encontrar a la vuelta de la esquina. Pasos de sed y necesidad. Pasos que se mezclan con el sonido de mis cascabeles dorados y las gotas de sangre que caen lentamente del acero. Pasos que preceden el fin de la función.

La joven se ha escondido tras unos barriles y me coloco frente a ella. Sonríe al verme, cree que soy su salvador. Todas sonríen la primera vez que me ven después de salvarlas, pero siempre cambian de expresión. ¿Cuál fue mi primera víctima? ¿Fue aquel noble de barbas azules o el clérigo al que salvé de sus propias creaciones? Da igual quién fue el primero, ni quien será el último. Todos abren los ojos mientras ven cómo alzo en alto el brazo y todos abren la boca e intentan gritar de terror mientras mi acero se dirige hacia su cuello. Ninguno ha conseguido regalarme unas últimas palabras, tampoco mi última víctima, pero gracias a ellas tengo el regalo más hermoso que podría pedir en sus expresiones de miedo y desaliento.

Su cabeza cae por las calles empedradas de charcos y miseria, iluminadas por la luna llena que brilla junto a sus hermanas estrellas. Pero sus ojos no volverán a ver el cielo y sus pasos no volverán a cruzar estas calles. Y con el apagado de sus ojos, la oscuridad se cierne en su alma.

Y la función ha terminado.

sábado, 25 de julio de 2020

Katrina: La felicidad está al fondo del barril

- Capitana, deberíamos marcharnos de una vez

¿Quién me habla? ¿De quién es esa voz?

- Capitana, ¿me oye? ¿Se ha quedado dormida? ¡Capitana!

- ¡Ah! ¿Qué...? ¿Quién...?

Casi me caigo del susto. Ugh, mi cabeza. Noto como si mis sesos quisieran salir de mi cráneo y se estuviese esforzando por taladrarlo hasta conseguirlo. Siento mi boca pastosa y seca y un pequeño hormigueo en los dedos. Buf, ayer se me fue de las manos esa copa que quería tomarme después de la conversación que tuve con el general ¿Qué hora será? Dioses, no puedo ni mantener los ojos abiertos, la luz me está matando y tengo los párpados pegados. Es la última vez que mezclo vino peleón con cerveza, por mucho que dijese mi antiguo escuadrón que era lo mejor del mundo.

- ¿Quién eres tú? No puedo verte la cara.

- Soy yo, capitana, Yosha, su ayudante.

- Ah, ahora me acuerdo de ti. Eres el recluta que me han puesto como niñera, ¿no es así? Pesé que ayer te dí el esquinazo cuando me metí en el barrio mercante, ¿cómo me has encontrado?

- Llevo toda la noche entre las diferentes de nuestra ciudad, es donde la he encontrado las otras veces. Además, preferiría que no me llamase niñera. Como bien sabe, capitana, mi función es la de servirla y hacer que su arduo trabajo por nuestras tierras sea más liviano. Es mi deber como miembro del ejército...

- Sí, sí, sí, no me cuentes el mismo rollo que sueltas cada vez que te doy la oportunidad.

La espalda me está matando, ¿acaso me peleé anoche? Me duele un poco el costado, quizás tenga un moratón. Ojalá quede algo de medicina para aplacar el dolor. Menos mal, todavía queda algo de vino en la jarra. Puede que me de para un sorbo, dos si el fondo en curvo. No está mal, un poco dulce para mi gusto, pero tampoco es que haya mejores vinos en la capital. Echo de menos el vino de la frontera sur, eso sí que era vino de verdad, te podías pasar toda una noche bebiendo sin miedo a la resaca y acababa borracha como una adepta en un día de fiesta con dos vasos.

- En fin, dime qué ocurre. Tienes que tener alguna razón para haber venido a molestarme, ¿no?

- Capitana, debería adecentarse y prepararse cuanto antes. He hablado con el dueño de la taberna  y le ha preparado una palangana con agua y yo le he traído una nueva camisa para sustituir la que lleva ahora. Debemos darnos prisa, pronto será la reunión de oficiales y se nombrarán los nuevos destinos para aquellos con mayor rango.

- ¿Y?

- ¿Cómo que y? Es algo muy serio, un destino trivial podría hundir la carrera del militar más prometedor, del mismo modo que el ser llamado a las armas en los conflictos arduos forjan un camino casi seguro hacia la gloria.

- No hace falta que me lo expliques, Yosha, ya sé cómo funciona esto. Déjame que te pregunte de nuevo y esta vez espero una respuesta que más clara y menos pomposa, ¿y?

- Capitana Katrina, si no va puede que no le den un destino merecido y acabe...

- Eso no me preocupa, siempre me dan los destinos más difíciles.

-¿Cómo puede estar tan segura?

- ¿Cómo no voy a estarlo? Soy la capitana Katrina, todo el mundo me conoce y todo el mundo sabe lo que valgo.

- Aun así, no creo que sea correcto.

-Escúchame, chico. Te saco unos cuantos años de experiencia, sé mucho más que tú en lo que se refiere al ejército.

- Pues a veces parece que debo enseñarle hasta lo más básico de etiquetas y costumbres militares.

- ¿Cómo dices, recluta?

- Perdone si he sonado desconsiderado, capitana, pero... ¿Puede serle franco?

- Puedes.

- A veces... A veces parece que se toma su deber como una broma. Llevo con usted casi tres meses en la capital. Casi nunca acude a los entrenamientos ni se queda en la sala de armas más de lo necesario. Cuando puede se escaquea de las ceremonias y actos oficiales, al igual que trata los ritos tan importante para un soldado como si fuesen trivialidades innecesarias. Por no hablar de que... bueno, no se lo tome a mal, pero desde que estoy junto a usted hemos salido casi todas las noches a beber o se ha escapado de mi lado para tomar una copa, y puedo contar con los dedos de las manos las mañanas en las que estaba dispuesta para hacer su trabajo. Por no hablar de las veces en las que he tenido que meterle la cabeza en agua que se despierte o las ocasiones en las que ha aparecido con moratones o cortes por peleas con otros parroquianos de un establecimiento. Más que una capitana noble y segura de la tradición militar parece una matona de taberna común. Debería tomarse su carrera más en serio y presentarle el respeto que le corresponde a su labor.

¿Quién se cree este niñato imberbe que soy para hablarme así? ¿Acaso no sabe quién soy, qué he hecho? Si tuviese las fuerzas necesarias ahora mismo le daría una buena lección, pero me pesa todo el cuerpo. No tengo ganas ni de darle un guantazo, pero al menos puede enseñarlo una lección muy valiosa sin tener que levantarme.

- Me tomo mi deber con toda la seriedad que se merece, recluya. Ya fui de joven a los campos de entrenamiento y me hice fuerte, sé manejar la lanza y el escudo mejor que muchos que se hacen llamar maestros. He matado a tanta gente que he perdido el número y, cuando hay un trabajo que saben que es casi imposible, a la primera que llaman es a mí. Ahora tengo un puesto digno y un estatus que me permite disfrutar de todo lo que antes no podía. Y sí, a veces me salto los deberes que no me gustan o que, entre tú y yo, son una estupidez que no sirven para nada, pero me he ganado ese derecho. ¿Sabes cómo me llamo, Yosha?

- Usted es la capitana Katrina.

- ¿Sabes qué otro nombre me dan? Estoy segura de que alguien te habrá contado la historia de donde conseguí mi apodo.

- Los... Los hombres me han hablado de una vez en la que... usted...

-De la vez en la que yo defendí todo un puesto fronterizo sin ayuda de nadie. ¿Sabes qué es luchar una sola contra un ejército entero? Al principio sientes miedo y terror, tienes ganas de salir huyendo y abandonarlo todo. Pero luego te antepones y empiezas a sentir euforia: gritas, se te nubla la vista, notas el sabor a cobre en la boca mientras la sangre emana de tus heridas. Es una sensación que te lleva a un trance y, antes de que te des cuenta, dejar de sentir, de escuchar, de ver... Lo único que sientes y ves son nubes de incertidumbre y te conviertes en una bestia más que en un soldado. Cuando acabas, te pesa todo el cuerpo y tienes que quitarte la armadura y el equipo. La cabeza te da vueltas, te entran náuseas, lloras descontroladamente. Es una sensación horrible pero, lo más terrorífico de todo, es que cuando te levantas lo único que ves es una pila de cadáveres ensangrentados, muertos a tus manos que ahora son débiles como las hojas del otoño. Muy pocos han podido experimentarlo y yo, recluta Yosha, he tenido el placer de haberlo vivido más de una vez.

Es aún demasiado joven, le falta coraje para seguir adelante. Con haberme puesto un poco seria ya me está apartando la mirada. Casi todos los reclutas que he visto en mis años de servicio son así. Casi todos.

- En una ocasión, me enfrenté contra todo un ejército durante una tormenta, y acabé con ellos mientras viajaba por el cielo con estas alas que ves a mi espalda. Mis estocadas sonaban como los truenos que tenía a mi espalda y la sangre fluía como las gotas de lluvia que caían en mi rostro. Fue una masacre y yo fui la única que sobrevivió a ella. Mis alas, mis preciosas alas... Escucha atentamente, Yasha, estas alas son más importantes que cualquier lanza o escudo, son lo que me ha convertido en leyenda, son lo que me han convertido en la Tormenta del Sur y tú, por ende, debes respetarme por el valor que se merecen. Lo entiendes, ¿no?

- S... Sí.

- Gracias a ese apodo estoy donde me ves ahora y, del mismo mdoo, es la razón de que la gente me reconozca y sepan de lo que valgo. Así que si quiero tomarme una cerveza en vez de entrenar, me la tomo. Si quiero saltarme un consejo de guerra en el que sé que solo vana  hablar estraegias que nunca verán la luz del sol me lo salto y si se me encomienda que vaya a otra misión en la que debo poner mi vida en riesgo, me preparo para lo peor. ¿Comprendes ahora, recluta Yasha, el por qué estoy aquí sentada y no en una habitación jugando con maquetas y dioramas de terrenos? ¿Comprendes ahora por qué me he ganado ese privilegio?

- Sí, señora.

- Bien, me alegro de que nos entendamos. No te preocupes por el destino, el general ya me mandará una carta a casa o te pedirá que me lo digas. Quizás hasta le pida que elijas tú el destino. Y ahora, ve a la barra y tráeme otra jarra de cerveza. La cabeza me está matando y tengo que acabar con esta resaca cuanto antes.

Como usted ordene... Capitana Katrina.

Menos mal que no he visto su mirada, seguro que cortaba como el cristal. Tampoco es que me importe demasiado. Es solo un recluta y yo soy Katrina, la Tormenta del Sur.

miércoles, 17 de junio de 2020

Hotel California

Disclamer: Partida de rol de Apocalypse World según uno de los personajes. No me acuerdo de todos los detalles, pero más o menos la partida es tal y como se relata. Esto da para una peli española que dejaría a la altura del betún a Acción Mutante.

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Pude apreciar como mi querido, con el que compartía cama en ese puto erial, estaba preocupado. Las caladas largas lo delataban. Él era Serpiente, el jefazo de Hotel California, una comunidad asentada en un antiguo hotel en un lugar desértico. ¿El por qué él es el jefe? Ni puta idea. El caso es que yo era su zorra. Era lo que importaba en aquel momento.

— Cariño, ¿qué sucede? —le pregunté.
— Nada, Roxanne, querida —me mentía. Volvió a dar otra calada a esa mierda que fumaba y que le dejaba un aliento horrible. Al rato, abrió la boca y habló pausadamente—. Son esos eunucos y Destello. Me incomodan. Creo que traman algo.
— ¿Hay algo que pueda hacer por ti?
— No, no quiero ponerte en peligro. Sólo han ido desapareciendo algunas cosas.
— Cariño, no me pones en peligro. Yo soy el peligro —bromeé.
— Lo sé —me respondió mostrando las marcas de uñas que le dejé en el pecho. Parecía reconfortado.

De repente, del armario, cayó el muy imbécil de Adam. Puto enfermo. Siempre jodiendo los momentos. ¿Por qué cojones iba vestido con ese traje de licra negro que ni le dejaba ni una porción de piel al descubierto? Si es que al muy enfermo le molaba frotarse a todo, hasta a mi Serpiente. Pero no podía decir nada porque era su mano derecha. Por poder moverse tan bien en la Vorágina Psíquica. Para el colmo llevaba esa mano con el guante que hacía que sus dedos pareciesen pollas. Y yo no paraba de verla porque siempre quise saber qué podía hacer con ella. Hasta me ponía tonta de imaginarme las guarradas que podría hacerme.

— ¡Joder guante-pollas, vuelve al armario! —le grité.

Al día siguiente, me despertó los gritos de Serpiente. Tenía que cargarme ese puto altavoz. Busqué mi tanga y me lo puse. Él estaba en el balcón con sus calzoncillos y sus botas tejanas. Exasperado, obligó a todos los habitantes de la comunidad que fueran a la piscina, bueno, al hueco de la piscina.

— ¡A ver! ¿¡Quién cojones me ha robado!?

¿Robado? ¿Quién fue el imbécil que se atrevería a ello? Observé detenidamente a esos idiotas y mis ojos se desviaron a Scuak. Parecía muy nervioso. Bueno, al menos más nervioso que los demás. Los moteros de la banda Black Scorpions parecían tranquilos. Cualquier subnormal se atrevería a culparles a ellos por ser los nuevos de allí, pero lo cierto es que era una banda muy disciplinada y nunca dieron problemas.

Tal era su cercanía a Serpiente, que Ace, su líder, envió a dos de sus hombres a por él. Serpiente valoraba mis palabras y si yo, su zorra, decía que Scuak sabía algo, es que debía saber algo. O no, pero a base de ostias uno es capaz de escupir cosas que uno mismo no sabía.

El muy subnormal era el "tío" de unos mellizos eunucos de la banda de Destello. Eran unos putos muertos de hambre que vestían de taparrabos y no tenían ni un puto pelo en su cuerpo. Eran tan cortos de miras que tenían como misión o lo que fuese, conseguir plantar algo en el desierto. ¡Entre arena! ¡Y sin apenas agua! Y Destello era su líder espiritual.

Scuak acabó confesando su colaboración con los sectarios. Les había proporcionado, entre otras cosas, un generador. Pero a Serpiente lo que realmente le importaba, era lo que le habían robado de su caja fuerte. La que había detrás del vinilo de Hotel California, nombre con el que se bautizó la comunidad. No quiso entrar en detalles, pero una vista rápida de Adam en la vorágine, descubrió que allí tenía cajas con libros y una foto en la que aparecía Destello con alguien más que no pudo llegar a ver.

Skeeper preparó su Exterminador, su autobús fortificado, para salir de inmediato tras Destello. Y tras su pelvis. Serpiente quería ver qué cojones era: hombre, mujer o qué demonios. El jefe también nos permitió elegir el castigo a Scuak, un castigo que fuese ejemplar.

Y así fue. No sólo los Black Scorpions saquearon todas sus cosas y las de su bar. Le dije a Skeeper que colgara a ese hijo de puta boca abajo con la cabeza cerca del tubo de escape. Se iba a hartar a chupar de su mierda, porque cuando no había gasolina, había dicho Skeeper, la mierda que servía en su bar tiraba bastante bien.

El mano-pollas de Adam vendría con nosotros. Era perturbador. No ayudaba verlo con ese abrigo largo por encima de su traje de licra negro.

También vendría Ace, el líder de los Black Scorpions y Skeeper, el conductor.

Fuimos tirando por la dirección que nos indicó Scuak antes de colgarlo. Al rato, nos topamos con uno de los eunucos. Bueno, más bien, nos topamos con su cabeza. Al muy lo habían enterrado en la arena. Parecía desmayado.

Decía que era un sacrificio al sol y que no se lo tapásemos. Me iba a oír. Me puse delante y le di sombra. Los demás intentaron sacarle algo, pero no pudieron sacarle nada. Me senté sobre su cabeza palpitante sobre la que se estaban formando ampollas al estar quemándose con el sol y el castrado se volvió loco de sexo. Me incliné y le miré su asquerosa cara.

Estaba dispuesto a hablar con su voz de niña, la misma voz que tenían todos ellos, pero quería "probarme". Adelante, dije. Inclinó su cabeza marcándonos la dirección que siguieron y ahora debía devolvérsela. Pedí a mis compañeros que subieran al bus y que nos dejaran a solas.

Me quite una de las botas que me llegan hasta la rodilla y le metí mi pie en su boca. El muy cabrón chupaba como si aquello fuese un pirulo. Me lo dejó limpio, limpio. Y quería más. Le ate los ojos con un trozo de tela y le dije que esperase. Bueno, realmente no podía irse de allí, pero ya me entendió. Subí al bus y pillé un trozo de chatarra oxidada, astillada y puntiaguda y se la metí en la boca. Que chupase ahora. Luego me oriné sobre su calva quemada. Por la cara que pusieron mis compañeros, nunca antes habían oído a un tío chillar así. "Alarido" lo iban a llamar si salía con vida. Le dejé dos palitos cerca de la cara para que los usase para huir. También sé ser clemente.

No dijeron nada en todo el día. Más adelante, siguiendo las indicaciones de Alarido, nos topamos con un tío que agitaba antorchas. Ace, en moto, lo rodeo y lo tumbó de una patada. Yo había entrado en shock al querer comprobar que qué tal estaba Serpiente y no poder controlar la vorágine psíquica así que no pude oír lo que decía pero supongo que le preguntaría que qué coño hacía.

"El baile del sol" nos había revelado después el motero. Aunque no era un cocoliso y estaba entrado en carnes, parecía que también era de la secta de Destello. Al cabrón le bajamos los pantalones para ver si era un eunuco y parecía que le habían pegado un mal machetazo ahí. Qué asco. Adam le sacudió el trozo de pene que le quedaba para que hablase y nos dijo para donde tirar.

En ese momento, empezó a oler mal. Por un momento, pensé que me había cagado o algo, pero no, de debajo del bus salieron varios eunucos y tuvimos que enfrentarnos a ellos. A mi se me acercó uno ya sin mano, porque Skeeper se la había volado y le exploté la cabeza de un puñetazo. Mi puño americano era una garantía de dar buenas ostias. Los muy gilipollas se habían subido al autobús queriendo desatar a Scuak. Escupió humo por la boca y me suplicó agua. Le escupí en la boca, metí al joputa dentro y lo encerré en el tigre. Ahora le tocaría oler mierda. No quería matar a Scuak, el mejor castigo es el que uno mismo puede detallar por experiencia para escarmentar a la peña.

De noche apenas podía divisar a Ace que iba unos metros por delante. Estaba claro que no temía que le dieran un tiro en la cabeza. Eso lo haría parecer atractivo, sino tuviera él también una puta calva. Menudas pintas llevan algunos. No como mi Serpiente, que lucía esa grácil cabellera.

Le daba vueltas a la visión que tuve de Serpiente. Lo había visto patear su tocadiscos. Se giraba sorprendido y después se volvía todo negro. Luego un disparo. ¿Es algo que está pasando? ¿habrá pasado? ¿o va a pasar?

Me giré a ver al guante-pollas pero se retorcía sobre el sofá dándose placer. Puto enfermo. Skeeper parecía preocupado al oír un chinazo en la gasolina, pero en realidad estaba preocupado porque el autobús se había quedado atascado en unas rocas. Ace fue al rescate y pudimos continuar.

Fue entonces cuando nos topamos con ¿Arnold? oh, sí, me tenía completamente calada. Notaba la tensión sexual en el ambiente, pero no nos podíamos detener. Aceptamos llevarlo con nosotros porque había sido contratado por Serpiente para que hiciese hace días lo que estábamos haciendo nosotros. Su coche lo dejó tirado. Iba armado hasta arriba y éso sí que era un peligro andante.

Llegamos a lo que parecía, por fin, el campamento de los sectarios ésos. Por fin iba a poder enfrentarme a Destello y volver a casa con su pelvis. ¿Hombre o mujer? Me moría de ganas de saberlo.

Ace, que iba delante, pilló una de las antorchas que había clavadas en la arena y la lanzó contra una de las tiendas de campaña, pero no pasó nada. Me alarmé por un momento, ¿qué cojones estaba pasando? De repente, salieron un montón de cabezas de la arena. ¡Los eunucos! iban armados y nosotros estábamos bien jodidos. Arnold disparó con su lanzagranadas y repartió estopa. Ace propinaba machetazos a las cabezas peladas y yo disparaba desde la puerta del bus con mi "juguetito". En mi vida había matado tanto.

Se levantó un torbellino de arena y de él emergió un bus negro inglés. ¡Era Destello! Debíamos trazar un plan. Quise desperar a Adam, pero había muerto asfixiado por su propia ropa. Será gilipollas. Arnold tomó la ametralladora del techo del bus y se puso a disparar como un loco. Oía caer la munición sobre la carrocería. Tuve que limitarme a disparar a las ruedas del bus de Destello, pero no conseguí nada.

Skeeper puso el bus a la altura del negro y trató de disparar al conductor, el mismísimo o mismísima Destello, pero el cabrón o cabrona se protegía con los eunucos. Salé al interior por una ventanilla rota. Los iba a joder pero bien.

Dentro de este bus había dos eunucos mirándome. Uno de ellos sostenía un arma, pero le lancé una mirada seductora y quedó como paralizado. Les reventé la cabeza con mi arma a base de bien. Entonces me percaté de que Skeeper había conseguido por fin dispararle a Destello en toda su jeta. El bus se desestabilizaba y salté de nuevo al nuestro.

Sacamos al cabrón o cabrona de Destello del bus y le bajamos los pantalones. Al ver lo que había seguí sin saber si llamarle cabrón o cabrona. Tenía como un clítoris hinchado formando una extraña polla. Que puto asco.

Pero algo llamó mi atención después de ver esa no-polla-no-vagina: sobre ella había un nombre tatuado. Serpiente. Grité como nunca.

Ace me acercó la foto que Adam había visto en la vorágine psíquica. Al lado de un joven Destello, estaba él. Una versión joven de mi Serpiente. ¿Acaso mi amado me había enviado a propósito a este sitio para que descubriera su secreto? ¿o pensaba que íbamos a morir aquí? Esta claro que está muerto. Se va a cagar en todos mis muertos.

Regresamos sin complicaciones a Hotel California. Con Destello clavado al capó con cuchillos cortesía de Arnold. Serpiente vino a recibirnos. Y le volé los sesos.

Mi mente, inesperadamente, entró en la vorágine psíquica. Me sentí liberada. Nunca me había sentido tan bien. Ni teniendo sexo con amor. Sabía que había hecho lo correcto.

La gente lo flipaba cosa fina, sin hacer nada por precaución. Desclavé a Destello del autobús y lo mostré a todos. La gente señaló la pelvis. Y el nombre que había tatuado en ella. Se burlaron y en cierto modo, quitaron importancia al hecho de que había volado los sesos a nuestro líder.

Y ahora necesitarían a otro. O a otra. A mí misma, ¡qué demonios!

miércoles, 20 de mayo de 2020

La vuelta a la galaxia en 80 días

En el año 2406, el refugio pre-fabricado número 7 estaba habitado por el conocido como Comandante Ar-Baku o simplemente Comandante Baku. Siempre quiso mantener su anonimato viviendo en su humilde contenedor metálico prácticamente oxidado en las afueras de la ciudad, pero todos lo reconocían por su peculiar uniforme de terciopelo rojo y porque era el único jark -hombre felino- de la zona.

Su porte era elegante e imponía respeto allá donde iba. Sus dientes le caían de la boca y de ellos resbalaban, cuando hacía calor y aunque él no quisiera, unos hilillos de saliva que le daban un cierto aspecto repulsivo y a la vez amenazante.

No visitaba los lugares de reunión típicos de la ciudad de Las Tres Puertas, como el bar Cerveza Fresca o el ayuntamiento, en donde se realizaban plenos casi todas las semanas. Muchos se cuestionaban la valía del comandante pues todo asemejaban historias inventadas, o bien, fácilmente atribuibles a otros exploradores espaciales. Además, de su pecho no colgaba ninguna distinción. Lo único que se sabía a ciencia cierta de él es que era miembro del Club de los Canallas.

Había sido invitado cuando se extendió la noticia de su lucha y victoria al servicio del Imperio sobre los piratas espaciales al borde de la galaxia. Esperaban tener el placer de escuchar sus batallas más célebres como aquélla contra los droides al este del sector Q, pero en vez de ello, el Comandante Baku guardaba silencio mientras leía las últimas noticias del Imperio.

Indudablemente había viajado. No era de ese lejano planeta casi en el centro del sector Q, sino que era de la zona más al norte, de uno de los muchos planetas poblados por bárbaros jark sedientos de aventuras.

Aunque era callado, resultaba respetuoso y respondía las preguntas que le hacían como podía sin dar demasiados detalles de quién era, qué había hecho y qué hacía allí. De sus pocas palabras se podía deducir que había algo de cierto en todas las historias que se contaban de él y que en cierto modo se había retirado de sus largos años de explorador y aventurero espacial.

Aquél día, cuando salió de su refugio pre-fabricado número 7, no sabía que acabaría en una emocionante y no deseada aventura donde tendría que superar un reto que parecía imposible y que a la vez le obligaría a mostrar su valía.

A su vez, sería el día en el que se pondría en duda su identidad.

- Siéntese, señor comandante -le pidió un hombre con un largo bigote, algo que le dio el nombre de Bigotes. Su compañero, Bastón, un hombre que portaba un bastón separaba la silla de la mesa para que él se sentase.
- ¿Qué es lo que quiere, Bigotes? -preguntó con curiosidad el felino.
- Creo que es conveniente que hablemos, señor.
- Hable entonces -dijo mientras observaba como los demás miembros se acercaban a la mesa.
- Usted no es el Comandante Ar-Baku -afirmó con seguridad. La sala se llenó de los murmullos de los Canallas. Los ojos del comandante tornaron blancos durante un segundo y suspiró con fuerza.
- Soy quien soy.
- ¿Eres el mismo que luchó contra los Lézards, -los hombres lagartos-, cuando éstos estuvieron a punto de conquistar el Norte? -preguntó burlescamente- ¿o eres un simple farsante?

Él no sabía que responder. La amnesia había acabado con gran parte de los recuerdos y las historias que oía de él mismo le resultaban ajenas y demasiado sorprendentes para haber sido protagonizadas por él.

- He recorrido toda la galaxia Sector Q. Puedo hablaros de mi estancia en las bases del Imperio, al Sur, de las cuales me acuerdo pues es el primer recuerdo que tengo. Llegué aquí cruzando los asteroides del este, evitando encontrarme con los droides y tuve que desviarme hacia el oeste cuando me persiguieron los piratas. Y fue en el oeste cuando los hombres lagarto o lézards me apresaron durante 23 días galácticos mientras me saqueaban la nave y me interrogaban por incidentes que me atribuyeron a mi, el Comandante Ar-Baku. Me dejaron en libertad por mediación del Imperio, al que siempre serviré como habitante del sector Q y los cuales tienen una deuda por mis servicios, cualesquiera que les haya brindado en un pasado que ahora no recuerdo. Por último, llegué a este planeta para pasar el resto de mi vida discretamente y sin ser el centro de la atención, algo que, por lo que parece, no he conseguido.

Los miembros del Club de los Canallas permanecían en silencio.

- ¿Quiere demostrarnos quién es? Haga de nuevo ése viaje. No sé cuánto le llevaría -le reta Bastón- pero le dejo la mejor de mis naves. Lo que recorre una en 20 días lo hace la mía en 5.

El comandante Baku, por un momento, le enfadó el que no le creyesen y que esos don nadie le estuvieran retando a hacer una estupidez, por otra parte, su cuerpo le pedía ese viaje. Su pelo estaba erizado y sus ojos brillaban por la ilusión.

- Espere, -dice Bigotes- hagamos ésto mucho más emocionante. Apostamos el Club de los Canallas, tanto el local como todos sus fondos, a que no lo conseguirá -los miembros aplaudieron la decisión.
- Por supuesto -interrumpió Bastón,- si no lo consigues tendrás que reconocer que eres un impostor. Un sucio y maloliente impostor.
- Lo haré -dijo con decisión el felino.- Estoy deseoso de callarlos a los dos.
- ¿Cómo sabremos si erra? ¿Cuánto tiempo esperaremos por él? -cuestiona una joven llamada Pecas.
- Podría hacerlo en un plazo de tiempo -sugiere otra joven.
- Bien, comandante, ¿cuánto estima que le llevaría el viaje? -pregunta Bigotes.

Pidió una hoja de papel y en ella empezó a escribir.
- Desde el planeta actual, pasando por el oeste cerca de los planetas cavernosos de los gusanos gigantes: 15 días galácticos.
- Desde los planetas cavernosos hacia el sur pasando por la capital del reino de los Lézard: 7 días galácticos.
- Atravesar la zona sur pasando por la sede del imperio repostando en planetas de los esclavos enders -o pequeños hombrecillos verdes-: 23 días galácticos.
- Desde el sur hasta la parte este atravesando el cinturón de asteroides y huyendo de los piratas: 10 días galácticos.
- Desde el este hacia el norte sobreviviendo al ataque de los droides: 20 días galácticos.
- Regreso al planeta: 5 días galácticos.
- Total: 80 días galácticos (365 días terrestres).
- Son 80 días galácticos -dice finalmente el felino.

Los miembros del Club de los Canallas empezaron a reírse, como si el comandante hubiese contando el chiste más divertido del universo.

- ¿Usted ha tenido en cuenta los ataques de los piratas? ¿de los problemas que dan los gusanos gigantes? ¿las revisiones del Imperio para atravesar el sur? -se extraña Bastón, el que quizás fuese el único que tomaba algo en serio al Comandante Ar-Baku.
- Por supuesto, contando con todo y dispuesto a salir ahora mismo.
- Tiene mi nave entonces.

Los asistentes quedaron boquiabiertos sin saber que responder. El Comandante sonrió confiado mientras Bigotes se recomponía de la risa.

- Apuesto mi nombre contra vosotros a que doy la vuelta a la galaxia en ochenta días, o menos.
- ¡La vuelta a la galaxia! -dijo un incrédulo.
- En ochenta días -reafirmó el Comandante Ar-Baku mientras se ponía en pie-. No tengo tiempo que perder.

sábado, 25 de abril de 2020

Katrina: La Batalla de los Pastos Negros

- ¿Os habéis enterado de los rumores? Parece que finalmente no tendremos que marchar hacia el sur.

- ¿Cómo? Si llevamos casi una semana de marcha sin parar con los gritos y berridos de nuestro comandante.

- Parece que los nuestros han repelido al enemigo en el desfiladero de Pastos Negros.

- ¿En Pastos Negros? ¡Ja, pero si en esa zona estaba dispuesta la séptima división de infantería! Sus miembros son reclutas sin experiencia y su comandante es tan cobarde que jamás podría su vida en juego. Esos malnacidos no podrían ni defender una manzana de un cerdo.

- Ya, pero ahí se encuentra lo más curioso. No ha sido la séptima división, ha sido una recluta.

- ¡Anda y vete a chupar huevos duros con tu abuela! Puede que sea un viejo y un soldado sin talento para el mando, pero no estoy tan senil como para creerme tus mentiras.

- ¡No miento! Cuando vieron los estandartes enemigos y se vieron abrumados ante la diferencia de enemigos cogieron los caballos y huyeron con todo cuanto pudieron, pero hubo una recluta que cogió su escudo y lanza y se plantó en la zona más estrecha del desfiladero, del mismo modo que formamos en la falange. El camino no dejaba pasar a más de cinco hombres y, según he oído, se mantuvo firme mientras su lanza atravesaba el pecho de sus enemigos. Lanzaron contra ella lanzas, espadas, flechas... ¡hasta la caballería enemiga cargó contra su escudo! Pero nada consiguió romper su defensa, y sus pies se mantuvieron fuertes en el suelo como el cimiento que se hunde en la tierra para erguir las torres de los castillos.

- Por muy diestra que sea dicha recluta, nadie es capaz de aguantar contra una horda enemiga.

- ¡Os juro que es cierto! Las armas enemigas mellaron su escudo y su lanza perdió su filo tras ensartar a tales enemigos, pero ella continuó luchando sin miedo a la muerte. Cada enemigo caído era un grito que emanaba de sus pulmones, y cada estocada con su lanza era un rayo que atraviesa el cielo nublado y anuncia al mundo la llegada de la tormenta. Dicen que un enemigo clavó su hacha en el escudo de la recluta y la sangre empezó a correr por el agujero en el metal mellado, y aun así no se movió, sino que tiró el trozo de madera y hierro al suelo y, agarrando la lanza que no era en aquel instante más que un trozo de madera y hierro destrozado con ambas manos, se lanzó contra el enemigo con todas sus fuerzas. La sangre fluyó por el aire como tornados de ira y odio y sus cabellos grises como la ceniza bailaban al son del viento que producían sus pasos ágiles y fuertes como los del león que se abalanza hacia su presa. Más y más enemigos caían a sus pies hasta el punto que abandonar su posición. Siguió luchando con la misma furia que una madre cuando el cuchillo se acerca al cuello de su hijo y, cuando una lanza enemiga estaba a punto de atravesar su estómago meintras se encontraba indefensa tras acabar con otro de esos bastardos, ocurrió un milagro, pues de su espalda nacieron dos alas blancas como la nieve.

- ¿Dos alas dices? ¡Ja, alguien le ha dado demasiados sorbos a la bota de vino.

- ¡Es verdad, muchos otros lo confirman! Hablan de dos alas blancas como la nieve que surgieron de su espalda llena de cicatrices y cortes por las espadas enemigas, y muchos de la séptima división que miraron la carnicería desde la seguridad de los cobardes dicen que alzó el vuelo y acabó con los enemigos que quedaban mientras poco a poco el cielos e iba oscureciendo. Cuando la lluvia comenzó a caer y su comandante dio la orden de volver a su posición, solo vieron una figura ensangrentada, con los cabellos salvajes que cubrían un rostro de ojos fríos como el cruel invierno, vestida con una armadura destrozada y brazos cubiertos de la sangre de aquellos que ahora pisaba con sus sandalias. Dicen que es una heraldo de los cielos que ha venido a ayudarnos en esta guerra.

- ¿Y quién es esta recluta?

- No lo sé, he oído que la han llamado a la capital para rendir cuentas a los generales y darle un destino. Ni siquiera sé su nombre, pero todos la llaman por el apodo que le dio su comandante tras la Batalla de Pastos Negros. La Tormenta del Sur.

- Suena irrisorio, pero maldita sea si es verdad, es posible que la recluta nos haya salvadod e nuestra propia muerte en el frente. Brindemos pues por ella, brindemos a la salud y fuerza de la Tormenta del Sur.

-¡Por la Tormenta del Sur!

domingo, 22 de marzo de 2020

Katrina: Orígenes


Sus ojos están clavados en mí. Cada movimiento que hago con el cuchillo, cada vez que mi aliento nace como bruma, cada vez que varío mi postura en el más mínimo detalle, él lo está observando. Hace frío, mi cuerpo solo quiere temblar y hacerse un ovillo hasta que todo esto se pase pero, si lo hago, ellos se darían cuenta. Está buscando el momento justo, el momento en el que le demuestre que soy la presa que quiere que sea.

Ojalá pudiera correr y huir, pero Mariett nos ería capaz de seguirme el ritmo. He oído el sonido que ha hecho su tobillo cuando se ha tropezado con la roca, aunque lo niegue a gritos sé que no va a poder levantarse, solo me queda luchar o ser devorada. ¿Pero cómo voy a defenderme de un montón de lobos con un simple cuchillo? Nunca he matado salvo a los animales de la granja, y nunca me ha atacado nadie. Me están enseñando los colmillos, babeantes por la comida que creen que están a  punto de disfrutar. Han notado mi duda y eso les ha dado hambre.

Noto como se acelera mi respiración mientras agarro con más fuerza el cuchillo. Me cuesta respirar, el aire no quiere quedarse en los pulmones. Ojalá pudiese salir volando junto a Mariett hasta casa, dejarme llevar por el cielo hasta estar segura. Vamos, céntrate, piensa en lo que está en juego. Uno de los lobos ha intentado morderme, pero un movimiento del cuchillo ha bastado para que se aparte. Están jugando conmigo a un juego demasiado sádico para mi gusto. Otros e acerca y la única forma que se me ocurre de responder es gritar como si mi vida dependiera de ello. Sienta bien, noto una extraña calidez en el pecho. ¿Es acaso lo que los fuertes sienten cuando son más fuertes que su oponente?

Tengo miedo, no quiero estar aquí. Madre, abuelo, por favor, encontradme antes de que pase nada y salvadme. Siempre me habéis salvado, volved a hacerlo una vez más. Un tercer lobo se ha abalanzados obre mí, pero esta vez no he podido esquivarlo. Noto un dolor tan profundo que embarga todos mis huesos mientras sus colmillos se clavan en mi carne. Quiero llorar, pero me fuerzo a aguantar el dolor y aprovecho que no puede escapar. El cuchillo ha entrado limpio en su ojo, veo cómo su sangre y la mía se entrelazan mientras ambos nos clavamos los colmillos. Suéltame, no quiero hacerte daño, suéltame y márchate de una vez. Pero él no quiere ceder. Y yo tampoco.
Finalmente ha dejado de moverse y el cadáver desalienta a sus amigos. Mi respiración sigue acelerándose, pero ahora es diferente, ahora no me siento indefensa. Muevo el cuchillo ensangrentado en el aire mientras doy un paso hacia adelante. Los lobos vuelven a retirarse y, por suerte, mi falda empapada no me ha hecho caer al suelo para convertirme en un blanco fácil.

Mis ojos viajan en sus cuencas de un sitio para otro en busca de los lobos restantes. Por mucho que se desplacen hacia atrás nunca huirán, tienen demasiada hambre, es una cuestión de vida o muerte como la mía. Cada vez que uno intenta abalanzarse estoy preparada para enfrentarlo con el brazo extendido. Quizás no me teman a mí, pero sí a mi cuchillo.

Vamos, marchaos, no me forcéis a hacer algo que no quiero. Por favor, marchaos, buscad comida en otro sitio. Ojalá pudieran leerme la mente. Ojalá se parase el tiempo para que ninguno de nosotros descubriese el resultado que nos depara el destino.

Los lobos se abalanzan sobre mí en un último ataque suicida, preparados para matarme o morir. No puedo con todos y, aunque mi cuchillo se clava en el rostro de uno, puedo notar como sus garras y colmillos penetran mi carne. Noto un dolor intenso que me recorre. Intento defenderme, el cuchillo consigue cortar la carne de algunos, pero son demasiados. Grito de dolor e ira, incapaz de hacer nada con mi propia fuerza. Voy a morir, voy a morir y he condado a Mariett al mismo sino por mi egoísmo. Todo empieza a tornarse negro, estoy muy cansada. Quiero… Quiero cerrar los ojos y descansar.
Me he sumido en la oscuridad, no noto frío ni calor, ni dolor ni alivio, solo una extraña sensación e vacío que rodea todo mi ser. ¿Acaso he muerto? ¿Dónde están las verdes praderas de Eldath que me narró mi madre? ¿Dónde están los jardines de frutas abundantes que saciarían mi hambre y sed? Solo veo un vacío infinito, un vacío que lo cubre todo incluido a mí. Pero, ¿qué es eso? ¿Una luz? Me es familiar, jamás la he visto pero siento que puedo confiar a ella. Me acerco lentamente y rozo con mis dedos, o lo que creo que son mis dedos, esta extraña chispa. Es cálida, me gusta. ¿Acaso esta luz soy yo? Mis párpados ya no pesan tanto y abro los ojos, volviendo al campo en el que estaba hace unos instantes.

Me duele todo el cuerpo, mis dedos tiemblan de miedo y las lágrimas recorren mis mejillas. Mi estómago no aguanta la tensión y vomito sobre un charco de sangre que ha inundado la hierba. ¿Por qué hay tanta sangre, acaso han destrozado mi cuerpo y estoy sentada sobre mis restos? ¡Los lobos, dónde están! Alzo la vista y mis mechones grises, empapados en sudor y sangre se pegan a mi rostro. Están todos meurtos a mis pies, llenos de marcas de hoja. ¿He hecho yo esto? No recuerdo nada.
Me miro las manos. Están empapadas en sangre y las heridas que deberían estar abiertas, se han cerrado hasta convertirse en cicatrices. No solo en mis manos, mis brazos y mi pecho también están curados. ¿Qué ha pasado aquí? ¿Quién ha matado a todos estos lobos? Me levanto con dificultades, siento un extraño peso en la espalda.

-Mariett, ¿Quién ha hecho esto?

No me responde, tiene su rostro fijado en mí, pero es un rostro de terror. Intento acercarme a ella, pero empieza a alejarse aterrada. Grito para pedirle que se quede y, con mi grito, un extraño vendaval se alza y mueve mis mechones grises y carmesí a todos lados.
¿Por qué… Por qué tengo estas alas grises en mi espalda?

sábado, 15 de febrero de 2020

El puñetero arcón

          El arcón estaba lleno de monedas. Nunca en toda su vida habían visto tanto dinero junto. Stevia, Papaya, Nuez y Sonnia no dejaban de sonreir como unas idiotas. ¡Podían pasarse el resto de su vida sin dar un palo al agua! ¡jubilarse antes de los treinta!
          Stevia era una maga de familia adinerada. Un imperio de la joyería, vaya. Pero aquel arcón lo había conseguido ella. Con sus queridas amigas y Sonnia, la guerrera que contrataron en la ciudad estado de Brunnenburg. Con aquel tesoro que habían conseguido en aquella cueva por fin se sentía realizada. No sería nunca más "Stevia, hija de..." sino simplemente Stevia.
          Papaya tampoco podía quejarse con respecto a sus orígenes. La aprendiz de maga destinada a ser la mano derecha de su propio rey. El arcón no le interesaba tanto como el poder financiar sus viajes para seguir formándose como nigromante, con la esperanza de revivir a la fallecida reina.
          Nuez era una bandida. El dinero es el dinero y ni siquiera era capaz de pensar en qué se lo gastaría. ¿Cómo de grande querría que fuese su casa? Se lo había preguntado a Sonnia, quien tampoco sabía en qué gastarse su parte. Quizás en una colección de armas, ¡a Sonnia le encantaba más las armas que a un elfo un plato vegano!
          Pero algo impedía sacar ese arcón de la mazmorra. Unas escaleras. Esas estúpidas escaleras por donde bajaron y que ahora parecían más empinadas y estrechas. Lo que fue una bendición para emboscar al grupo de goblins, ahora era el obstáculo para la libertad y años de prosperidad.
          Por mucho que Sonnia empujara ese arcón, no podía hacerlo subir más de un par de escalones. Papaya propuso posteriormente el tirar desde arriba para ayudar a su compañera guerrera pero solo consiguió asfixiarse y caer rendida al suelo por el agotamiento. Sus mejillas se encendieron como un faro.
          Nuez, llegado el momento, prefirió apartarse, no dar más ideas que no llegaban a ninguna parte, sentarse y resoplar. ¿Cuántas horas llevaban peleándose con aquellas puñeteras escaleras? ¿y con el puñetero arcón? A estas alturas la idea de volar aquel sitio con magia no era tan mala. Reventar el techo y sacar a palazos el arcón parecía menos agotador que ver a sus amigas ser incapaces de subir un par de escalones con el tesoro.
          La oscuridad iba llegando. Se estaba haciendo de noche. Tenían hambre y sueño. Las trompetas de la guardia de Brunnenburg anunciaban el cierre de las murallas y, por lo tanto, hasta la próxima mañana no podían volver a la ciudad.
          Pasaron la noche entre desconfianzas. Sonnia era la más fuerte, ¿cómo sabían que no se llevaría el tesoro consigo? Papaya entonces dudó de la propia Nuez por su condición de bandida. En dos horas todas ellas acabaron lanzándose cosas y jurando no volver a dirigirse la palabra. Ninguna durmió, ninguna descansó y ninguna quiso cocinar, ¿y si la comida tiene veneno?
          Al día siguiente estaban agotadas, hambrientas, enfadadas y sucias. Dudaban de su amistad y de hasta su propia sombra.
          Entonces Stevia empezó a reírse. Como si se volviese loca. Las demás se volvieron hacia ella, desconfiadas y confundidas. “¿Qué ocurre Stevia?, ¿estás bien?”. Se rio tanto que se doblaba y amenazaba con caerse al suelo de la risa. Empezó a ser preocupante. Pudo relajarse al rato. Se limpio las lágrimas que caían de sus ojos y simplemente propuso subir las monedas primero y después del arcón.
          Papaya maldijo a Stevia. Maldijo a toda su familia y se largó de la dungeon enfadada. Nuez se sintió avergonzada por no habérsele ocurrido antes. Sonnia simplemente se puso a vaciar el contenido del arcón en su mochila, dispuesta a hacer todos los viajes con el dinero para subir de una vez el puñetero arcón.
          Una vez terminado de subir el dinero y el vacío arcón, volvieron a poner todo en su sitio y partieron antes de medio día a la ciudad de Brunnenburg. Además de ropa limpia, comida, agua y descanso, necesitaban una buena cerveza.