miércoles, 26 de abril de 2023

23 de marzo de 2012

Se acercaba el lanzamiento de su juego favorito que, a pesar de no haberlo jugado todavía ni conocer la saga, era lo que más quería en el mundo. Para ella era suficiente para nombrarlo su título favorito y lo mejor del año. Apuntara el 23 de marzo en su agenda para no olvidarse, justo al lado del examen de matemáticas y aquel trabajo de lengua que no pensaba hacer porque era para subir nota, que no la necesitaba.

No obstante, ese día mágico era un viernes, así que hasta el sábado no podría acercarse en autobús hasta Pontevedra. Iba a Game de siempre, desde que Centromail cambiara de nombre. Era el único sitio donde compraba videojuegos a pesar de que ahora ya no permitían encargar nada por teléfono. En realidad, también compraba ediciones del año en Gamestop, pero los amables dependientes de Game no tenían porqué saberlo, ¿verdad?

Erika no pegó ojo en toda la noche. Ese Kid Icarus para Nintendo 3DS esperaba en la tienda. Lo imaginaba con un post-it encima con su nombre, como hacían antiguamente. Le gustaba pensar en tiempos analógicos con una especial nostalgia, aunque a sus 15 años, poco podía añorar en realidad.

Al despertarse, desayunó con prisa el bol de cereales, sin degustarlos. Su hermano Simón comparó la escena con el engulle de un pato. Esta vez Erika no le llamó la atención ni le llamó idiota, porque su cabeza no estaba en la realidad. Se despidió de su madre con un beso en la mejilla y fue a la parada del autobús, nerviosa. Nerviosa como si fuese a un examen.

Era un bonito día, soleado y con temperatura agradable. Subió al bus y se acomodó en un asiento. Esperó esos tortuosos 20 minutos de trayecto hasta la parada de Plaza Galicia y fue corriendo a la tienda, que acababa de abrir.

— Buenos días —saludó ella con una sonrisa en la cara al cansado trabajador del mostrador. Posiblemente él tampoco pegase ojo, pero por ir de fiesta.

— Buenos días, ¿qué necesita?

— Hice una reserva. Mi nombre es Erika Gómez.

El chico entró en el ordenador, bostezando con la mano libre.

— Disculpa, no hay ninguna reserva a su nombre.

Erika, todavía risueña y sin perder la paciencia en absoluto, le da detalles de la reserva, que tramitó en la web. Nada, el chico insistía en que no había nada en su nombre. Ella le indica que compruebe de nuevo su nombre, pero esta vez sin k, que igual se transcribió mal. Nada.

— No pasa nada, un error lo tiene cualquiera —dijo con cierto tono de resignación—. Aunque no sea por reserva, el juego salió ayer, ¿tenéis en la tienda el Kid Icarus de Nintendo 3DS? — ¿Qué juego?

Que al chico no le sonara en absoluto un juego de una consola de Nintendo no era una novedad. Erika asumía que la gente estuviese más centrada en el resto de consolas, en esas estúpidas guerras que llevaban a los combatientes a demostrar que su adquisición era la mejor de todas. Recuerda un video de un hombre martilleando la última Xbox. Lo cierto es que la Xbox resistió con bastante dignidad hasta que la carcasa terminó cediendo.

El chico buscaba y buscaba en su ordenador. Cuanto más insistía en que no existía el juego, más insistía Erika de que sí. Así que ya no solo resignada, sino enfadada, se dirigió a uno de los catálogos de la tienda y buscó y buscó aquel juego. Ni rastro.

Ella se conocía ese catálogo como la palma de su mano como también se sabía todos los movimientos de los personajes del último Super Smash Bros., cosa de la que siempre presumía. Así que recordaba la portada del Alan Wake en página completa, que además aseguraba que ese catálogo era para el mes de marzo. Pero ni rastro.

Erika concluyó que seguía durmiendo y todo aquello era un sueño. No podía creerse lo que estaba pasando. Le empezaron a caer las lágrimas y se sintió estúpida. Las lágrimas le hicieron sentir aquello real y se sintió estúpida por pensar que estaba viviendo una escena onírica. Se disculpó ante el chico, por hacerle perder el tiempo. Salió de la tienda indignada y destrozada. — ¡Espera, Erika! —le llamó el chico riéndose.

No estaba para aguantar ciertas cosas, pero ya que estaba allí y el bus no pasaría hasta dentro de unos 15 minutos, volvió a entró a comprobar qué sucedía. El chico le enseñó el juego en su mano, con un post-it encima que ponía «Sorpresa Rebeca, no vender». ¿En serio? Se dijo. ¿Qué estaba pasando aquí?

Su hermana mayor, Rebeca, llevaba saliendo con Miguel un tiempo y sabía que trabajaba allí. Así que prepararon juntos aquella broma para ella. Él tuvo que cambiar su turno con una compañera para estar allí ese turno. Estuvo a punto de equivocarse y no ir a la tienda, de hecho, lo recordó como a las tres de la mañana en el pub y dejó a sus amigos colgados para irse a dormir. Por suerte recordó poner el catálogo con la página perfectamente arrancada en su sitio y esconder los juegos que estaban expuestos.

Por un momento, Erika odió a su hermana con todo su ser. Pero se le pasó cuando abrazó el juego con cariño, como si fuese un cachorrito. Las lágrimas fueron desapareciendo de sus ojos y Miguel le regaló un Toad de peluche que tenía a mano, algo totalmente improvisado tras ver la sobrerreacción que tuvo su joven clienta. A ella no le importaba Toad, no entonces, porque estaba más ocupada en tranquilizarse y dejar de sentirse tan ridícula.
 
— Te gustan mucho los videojuegos, ¿eh? —expresó el dependiente.

— Mucho, ¡voy a hacer videojuegos como Sakurai!

Su hermana lo sabía. Rebeca siempre le dejaba sus juegos de Kirby y Erika fantaseaba con nuevas historias. En casa se conservaba una carpeta llena de esbozos e ideas de títulos que jamás existirían. En una de las carátulas dibujadas, salía Dedede ataviado con una gabardina y gafas de sol como Neo de Matrix. Había titulado a aquella locura «Neon Kirby Futura».

Para Erika el Kid Icarus era tan importante como cualquier cosa de su referente. Quería hacer sus juegos e incluso acabar trabajando en la sede de Nintendo en Kioto. Admiraba aquella industria con todo su ser y quería ser parte de ella. La broma la sacudió como un vendaval, cosa que se le pasaría al encender su consola y entender que realmente su hermana no solo aceptaba sus sueños, sino que sabía lo importante que era todo esto para ella.

Se aseguraría de contarle todos los secretos del juego en cuanto se pasase por casa.

lunes, 24 de abril de 2023

La carpeta azul

A Lucas018882 le gustó tu contenido. «Contenido». Su contenido era una foto, generada por IA. Usó como prompt las palabras «pájaro colorido» y «fondo dibujado por Van Gogh». La inteligencia artificial había creado una imagen muy vistosa de un pájaro en primer plano, con colores vívidos, sobre un cielo hecho con «trazos gruesos, como si se pintase con el exceso de pintura del pincel» como definía ella a los paisajes del maestro neerlandés. Era tan llamativo, que todo el mundo obviaría como las plumas de la cola del ave se fusionaban con el fondo, evidenciando el uso de una herramienta que creaba sin saber qué estaba creando.

En la aplicación la gente compartía su «contenido». Vio un video donde una gaviota bailaba sobre una barra de bar, otro donde un chico hablaba empleando un filtro que hacía que su boca pareciese un pico, una foto de una chica con la cola de un pavo real… el tema de la semana estaba ahí y la gente no hacía otra cosa que no fuese hacer que una IA desperdiciase su potencial en alimentar la maquinaria de las redes sociales.

¿Qué estás haciendo? Le dijo una voz que ignoró para continuar bajando y bajando, pasando el dedo pulgar por la pantalla. Seguiría viendo el «contenido» que generaba el resto de usuarios que desperdiciaban su tiempo allí. Imágenes, fotos, videos… donde lo real era retorcido y falso. Un escenario de cartón piedra donde ni tan siquiera las personas eran reales. Probablemente Lucas018882 ni tan siquiera existiera, probablemente era un bot para que la gente como ella sintiese que le están prestando atención. Ella sabía que tampoco se correspondía a la imagen de su foto de perfil. Ella no era la chica con ese rostro tan perfecto, sin arrugas, sin esa cicatriz que tanto odiaba y le hacía ver hacia otro lado cuando se lavaba la cara por las mañanas y se veía inevitablemente en el espejo.

Todo es falso. Le dijo esa voz que volvió a ignorar. Fue al generador de imágenes y dio las indicaciones «gato» y «ovillo». Tardó dos segundos en mostrar la foto de un gato naranja jugando con un ovillo violeta. Subió ese contenido. La reacción de Ramirooo2 y PosyWorkshop fueron contundentes «los gatos están pasados de moda, déjalo» y «menuda pringada». Esos dos mensajes fueron la antesala del odio. Acabó borrando la imagen, castigada por comentarios envenenados, que fueron multiplicándose. Generó entonces otro ave, con indicaciones genéricas. Dos likes. La ansiedad subía, pero menos que la reacción hostil previa.

La alarma del móvil le avisó que llegaba tarde a su clase de la universidad. Encendió el programa de videollamada y al otro lado estaba su profesor de Mecánica de Fluidos. Era un boomer. Hacía cosas como preguntar si se le oye o si se le ve a una audiencia de tres personas entre las que se encontraba ella. Pero nadie respondió. El profesor se aclaró la voz y continuó con su explicación, primero entusiasta, pero que poco a poco se volvió monótona, de asumir que lo que dices no le importa a nadie.

Aún a pesar de estar en clase, no era capaz de soltar el móvil. Porque estás enganchada y deberías dejarlo. Le dijo esa voz que no llegaba a escucharse, como si emitiese en una frecuencia fuera de rango. Entró a leer una conversación donde se discutía si una persona le copiaba los memes a otra persona. Memes que consistían en imágenes de series sitcom con letras por encima, formando un chiste, que ella ya había visto hacia años, pero por el motivo que fuera, estaba mal compartirlo en el mismo lapso de tiempo que cuando lo hacía otra persona.

El profesor se despidió de sus alumnos. Se veía agotado, triste. Es entonces cuando esa voz de la conciencia que había rondado a su alumna entró en su cuerpo y a través de la boca de este hombre dijo, con una franqueza que hizo que ella soltase el móvil por primera vez desde que se despertó ese día: «Estáis desperdiciando vuestra vida». Lo soltó y cayó al suelo.

A partir de ese día, el móvil se encendía y apagaba a ratos. El primer día funcionó las diez horas de su batería, a la semana duraba nueve horas y al mes solamente tres. Tampoco es como si ella pudiese comprar otro. Seguía consultando las redes sociales en el ordenador, pero no cuando estaba fuera de casa. Y fue algo que agradeció. 

El azul del cielo era más brillante que en cualquiera de las imágenes generadas por IA. Igual era el mismo tono, misma luz y contraste, pero el real tenía una magia que no podría imitar una máquina. Al sentarse en la parada del autobús apreció que enfrente había una finca con gatos. Grises, marrones y uno blanco. No jugaban con ovillos, sino que descansaban al sol. El sol daba calor y transmitía más que ese video del sol saltando a la cuerda que tanta gracia le hacía.

Al llegar a casa, no quiso sentarse en el ordenador. En su lugar, cogió una hoja de papel y dibujó un gato. Un gato gordo, peludo, no proporcionado y de largos bigotes. Ese dibujo le pareció que rompía todas las reglas. No era la semana de los gatos. Ni tan siquiera recordaba qué tema estaba de moda ahora para generar «basura». A Lucas018882 no le gustaría esa basura. Y Ramirooo2 y PosyWorkshop y todos esos nombres ridículos, no podrían verlo, ni juzgarlo, ni imitarlo. Cada trazo en ese papel era suyo, hecho con un viejo lápiz. Sintió la adrenalina de romper todo lo establecido.

Empezó a dibujar por las calles, con su carpeta azul debajo del brazo. Como si estuviese haciendo un acto revolucionario. Y enseñaba los dibujos a la gente, que no era capaz de apartar la vista de ellos. Muchos volvieron a pintar y a sentir la realidad después de ese día. Ella fue la voz de la conciencia de mucha gente.