sábado, 15 de febrero de 2020

El puñetero arcón

          El arcón estaba lleno de monedas. Nunca en toda su vida habían visto tanto dinero junto. Stevia, Papaya, Nuez y Sonnia no dejaban de sonreir como unas idiotas. ¡Podían pasarse el resto de su vida sin dar un palo al agua! ¡jubilarse antes de los treinta!
          Stevia era una maga de familia adinerada. Un imperio de la joyería, vaya. Pero aquel arcón lo había conseguido ella. Con sus queridas amigas y Sonnia, la guerrera que contrataron en la ciudad estado de Brunnenburg. Con aquel tesoro que habían conseguido en aquella cueva por fin se sentía realizada. No sería nunca más "Stevia, hija de..." sino simplemente Stevia.
          Papaya tampoco podía quejarse con respecto a sus orígenes. La aprendiz de maga destinada a ser la mano derecha de su propio rey. El arcón no le interesaba tanto como el poder financiar sus viajes para seguir formándose como nigromante, con la esperanza de revivir a la fallecida reina.
          Nuez era una bandida. El dinero es el dinero y ni siquiera era capaz de pensar en qué se lo gastaría. ¿Cómo de grande querría que fuese su casa? Se lo había preguntado a Sonnia, quien tampoco sabía en qué gastarse su parte. Quizás en una colección de armas, ¡a Sonnia le encantaba más las armas que a un elfo un plato vegano!
          Pero algo impedía sacar ese arcón de la mazmorra. Unas escaleras. Esas estúpidas escaleras por donde bajaron y que ahora parecían más empinadas y estrechas. Lo que fue una bendición para emboscar al grupo de goblins, ahora era el obstáculo para la libertad y años de prosperidad.
          Por mucho que Sonnia empujara ese arcón, no podía hacerlo subir más de un par de escalones. Papaya propuso posteriormente el tirar desde arriba para ayudar a su compañera guerrera pero solo consiguió asfixiarse y caer rendida al suelo por el agotamiento. Sus mejillas se encendieron como un faro.
          Nuez, llegado el momento, prefirió apartarse, no dar más ideas que no llegaban a ninguna parte, sentarse y resoplar. ¿Cuántas horas llevaban peleándose con aquellas puñeteras escaleras? ¿y con el puñetero arcón? A estas alturas la idea de volar aquel sitio con magia no era tan mala. Reventar el techo y sacar a palazos el arcón parecía menos agotador que ver a sus amigas ser incapaces de subir un par de escalones con el tesoro.
          La oscuridad iba llegando. Se estaba haciendo de noche. Tenían hambre y sueño. Las trompetas de la guardia de Brunnenburg anunciaban el cierre de las murallas y, por lo tanto, hasta la próxima mañana no podían volver a la ciudad.
          Pasaron la noche entre desconfianzas. Sonnia era la más fuerte, ¿cómo sabían que no se llevaría el tesoro consigo? Papaya entonces dudó de la propia Nuez por su condición de bandida. En dos horas todas ellas acabaron lanzándose cosas y jurando no volver a dirigirse la palabra. Ninguna durmió, ninguna descansó y ninguna quiso cocinar, ¿y si la comida tiene veneno?
          Al día siguiente estaban agotadas, hambrientas, enfadadas y sucias. Dudaban de su amistad y de hasta su propia sombra.
          Entonces Stevia empezó a reírse. Como si se volviese loca. Las demás se volvieron hacia ella, desconfiadas y confundidas. “¿Qué ocurre Stevia?, ¿estás bien?”. Se rio tanto que se doblaba y amenazaba con caerse al suelo de la risa. Empezó a ser preocupante. Pudo relajarse al rato. Se limpio las lágrimas que caían de sus ojos y simplemente propuso subir las monedas primero y después del arcón.
          Papaya maldijo a Stevia. Maldijo a toda su familia y se largó de la dungeon enfadada. Nuez se sintió avergonzada por no habérsele ocurrido antes. Sonnia simplemente se puso a vaciar el contenido del arcón en su mochila, dispuesta a hacer todos los viajes con el dinero para subir de una vez el puñetero arcón.
          Una vez terminado de subir el dinero y el vacío arcón, volvieron a poner todo en su sitio y partieron antes de medio día a la ciudad de Brunnenburg. Además de ropa limpia, comida, agua y descanso, necesitaban una buena cerveza.