Tiempos oscuros mancillaron Ban-Tenya, quien una vez fue llamada Ban-Akhor, cuando los ejércitos de luz y sombras se vieron enfrentados en la sombra de la montaña. Cambiantes, veldaken, gigantes y tritones, vestidos con armaduras de plata y acero templado, guiados por la luz de Anga Istyar se enfrentaron a los seres de niebla que se arrastraban por el suelo bajo la tenue brasa de las alas de Lilith y Caeb. La lucha duró días, el fuego y la peste lo cubrieron todo y ni el paso del sol ni el de las estrellas permitió a los guerreros que sus espadas cesasen de cortar la pútrida carne. Innumerables valientes cayeron muertos en el conflicto sin verse en él la posibilidad de victoria, pues por cada bestia que caía cinco de las huestes de Sarenrae lo hacían a su vez. Anga Istyar, furiosa, se enfrentó en combate singular a Caeb. La batalla cesó y ambos ejércitos se abrieron para dejar luchar a los líderes de las filas.
La lluvia comenzó a caer, fría como el hielo, bajo las lágrimas de la propia Selune. Los tambores brotaron en ritmo, la señal para iniciar el duelo. La espada flamígera fue desenvainada por el arcángel mientras que el demonio solo presentó sus colmillos y garras como alma. Golpe tras golpe fuego y trueno volaron por el campo de batalla, en una batalla igualada donde ningún rival cedió terreno, pero Anga Istyar era ducha en la guerra y había ya combatido el mal y aunque los dientes de Caeb alcanzaron sus alas e hicieron que la sangre fluyese del arcángel, Anga Istyar se mantuvo en pie y con su espada atravesó al heraldo de las sombras. De su boca no surgió brea por sangre y de sus ojos despojo en vez de lágrimas. Antes de abandonar este mundo, Caeb lanzó un ataque con sus garras que golpearon los ojos de Anga Istyar como la serpiente que muerde tras cortarle la cabeza, pero fue esquivado con rapidez. El cadáver de la bestia cayó al suelo convertido en niebla y las cuatro razas gritaron de júbilo al ver la victoria de su heraldo. Pero no duró mucho, pues Lilith rápidamente aprovechó el gozo de Anga Istyar para sorprenderla con sus zarpas de sombra que arrancaron los ojos del arcángel y la cegó, llenando los cielos con sus gritos de dolor, y con sus cadenas y ganchos perforó el cuerpo de la heraldo para que no pudiese moverse. Los ejércitos de Sarenrae callaron para que los de Lilith gritasen de fiereza por su líder mientras la lluvia, de agua cristalina, se tornó en sangre fruto de la rabia de Selune. Anga Istyar, incapaz de moverse ni de ver a su enemiga, chilló de dolor, que solo cesó cuando Lilith, aquella que el mundo ha olvidado, con sus manos atravesó el pecho del arcángel.