domingo, 28 de febrero de 2021

Hola, Capitán

El capitán Connor no esperaba haber sobrevivido tras la destrucción de la nave auxiliar en la que viajaba. Tampoco esperaba haber caído en ese planeta. Se despertó en una cama de heno, con ropa desfasada y apolillada. Le dolía la cabeza, pero igualmente se incorporó y se puso a investigar.

Buscó en los cajones, pero no encontró tecnología superior al NT5 y eso le preocupaba. Estaba claro que no tendrían vehículos para que volviese a Laguna.

Un hombre reptil abrió la puerta y sonriente, o todo lo sonriente que puede estar un terópodo, le da un apretón de manos.

- Que bueno verle despierto, Capitán, que Dios lo guarde en su gloria.

"Empezamos bien" le salió de forma casi instintiva ese pensamiento. Después se llevó la mano a la chapa que colgaba de su cuello y que lo vinculaba al ejército. Parece que ellos entendían la importancia de su rango, aún habiéndolo desnudado.

El hombre se llamaba Jairo y era el alcalde de aquella comunidad llamada Jamish. Le ofreció además de una cama, su mesa. Junto a su familia, Jairo "bendijo" la comida, sea lo que se sea que signifique eso. Se fijó en la ropa que llevaba su mujer, un vestido largo y cofia sobre la cabeza.

Comió en silencio, mientras la familia hablaba sobre el campo, un inminente festival de la cosecha y los retrasos en el último pedido de suministro.

Al terminar, lo llevaron junto a lo que parecía una patrulla vecinal. Portaban unas armas de fuego rudimentarias, de munición de casquillos, algo de lo que Connor sólo había leído en la Holonet.

- Hola, Capitán -saludó amablemente quien parecía líder de aquel grupo-. Vamos a llevarle a hacer la Ronda, para que vea el pueblo y los instrumentos que emplea el demonio para hacernos dudar del señor.

Definitivamente aquello parecía una secta y lo habían aceptado como parte de ellos y para algún plan que todavía no le explicaran. Interaccionaban con él como si le conocieran de hace mucho, esa cercanía genuina lo ponía nervioso.

En el pueblo una treintena de casas eran habitadas por familias, muchas de ellas haciendo vida en el exterior. Por la celebración que había oído hablar en la comida, la gente se encontraba colgando pancartas y preparando mantos de flores. Tampoco vio entonces rastros de naves o vehículos más allá de carretas de tracción animal.

Connor siguió el paso con los hombres armados y pasaron junto a una casa con una vieja antena. Preguntó con timidez, sintiéndose cohibido por la extraña situación. Por lo que le explicaron, no tenían medicamentos y muchos bienes que también debían traerse de fuera, para lo cual pedían perdón a su dios por tener que caer en el pecado de la tecnología. El capitán tras esta disparatada respuesta, prefirió no realizar ninguna otra pregunta.

La Ronda comenzaba en el exterior del pueblo, en la entrada al bosque. Tenían un sistema precario de alarma compuesto por cuerdas y cerámicos, con la idea de que lo que quiera que viviese en el bosque hiciera mucho ruido y alertase a los pueblerinos.

Tenía muchas cuestiones en su cabeza, pero sabía que no sacaría más que evasivas como que las criaturas del bosque son castigos divinos, así que guardó silencio, aceptó una escopeta y entró con ellos en la espesura.

Empezó a entender a qué se enfrentaban: había útiles en el suelo y rastros de lo que parecía un campamento improvisado. Era evidente que sus enemigos eran civilizados, quizás bandidos.

En cuestión de minutos fueron emboscados. Se trataba de mujeres reptilianas, luchando con sus garras y dientes. Se negó a atacar. Se escondió y se limitó a estudiar a esas bestias. El combate tras un par de bajas, terminó con la huida de las atacantes. Se apartó de sus compañeros y trató de encontrarse con una de esas hembras.

- Hola, Capitán -oyó-. Una vez también lo fui. Pasé mi juventud sirviendo al ejército imperial.

El Imperio de los reptilianos tenía una armada temible y gran tecnología, pareciendo todo lo contrario viendo lo que había en este planeta. La extraña voz continuó, explicando que el alcalde Jairo arrastró a muchas familias y amigos a vivir en esa comuna, bajo las enseñanzas de un libro que se encontró en unas maniobras.

Tratando de huir de aquella vida, Jairo condenó a muerte a sus maridos y ellas fueron condenadas al ostracismo. Tuvieron que dedicarse al saqueo para sobrevivir mientras Jairo engañaba a más extranjeros a unirse al conflicto armado.

Connor accedió, sin que se lo hubieran pedido, a sacarlas de allí y denunciar lo sucedido a las autoridades imperiales. Se escondió con ellas a esperas de que llegara el encargo desde fuera del planeta, la nave de suministro de la que oyó hablar durante su última comida. Fue una información crucial pues independientemente de a quién se aliase al final, esa nave sería su única forma de salir de ese pueblo de majaras.

La tripulación de la Perses no parecía muy cooperadora, pero las reptilianas prometieron mucho dinero e incluso un plus si bombardeaban o disparaban a la Iglesia de la comunidad, algo a lo que se negaron por no causar un incidente internacional.

Connor se sintió mejor cuando la Perses salió de la órbita planetaria. Se prometió que no volvería a pisar un planeta que no tuviera Holonet y que no intercambiaría palabras con ningún pueblo que requiriese la existencia de un dios para sentirse realizado.