sábado, 25 de abril de 2020

Katrina: La Batalla de los Pastos Negros

- ¿Os habéis enterado de los rumores? Parece que finalmente no tendremos que marchar hacia el sur.

- ¿Cómo? Si llevamos casi una semana de marcha sin parar con los gritos y berridos de nuestro comandante.

- Parece que los nuestros han repelido al enemigo en el desfiladero de Pastos Negros.

- ¿En Pastos Negros? ¡Ja, pero si en esa zona estaba dispuesta la séptima división de infantería! Sus miembros son reclutas sin experiencia y su comandante es tan cobarde que jamás podría su vida en juego. Esos malnacidos no podrían ni defender una manzana de un cerdo.

- Ya, pero ahí se encuentra lo más curioso. No ha sido la séptima división, ha sido una recluta.

- ¡Anda y vete a chupar huevos duros con tu abuela! Puede que sea un viejo y un soldado sin talento para el mando, pero no estoy tan senil como para creerme tus mentiras.

- ¡No miento! Cuando vieron los estandartes enemigos y se vieron abrumados ante la diferencia de enemigos cogieron los caballos y huyeron con todo cuanto pudieron, pero hubo una recluta que cogió su escudo y lanza y se plantó en la zona más estrecha del desfiladero, del mismo modo que formamos en la falange. El camino no dejaba pasar a más de cinco hombres y, según he oído, se mantuvo firme mientras su lanza atravesaba el pecho de sus enemigos. Lanzaron contra ella lanzas, espadas, flechas... ¡hasta la caballería enemiga cargó contra su escudo! Pero nada consiguió romper su defensa, y sus pies se mantuvieron fuertes en el suelo como el cimiento que se hunde en la tierra para erguir las torres de los castillos.

- Por muy diestra que sea dicha recluta, nadie es capaz de aguantar contra una horda enemiga.

- ¡Os juro que es cierto! Las armas enemigas mellaron su escudo y su lanza perdió su filo tras ensartar a tales enemigos, pero ella continuó luchando sin miedo a la muerte. Cada enemigo caído era un grito que emanaba de sus pulmones, y cada estocada con su lanza era un rayo que atraviesa el cielo nublado y anuncia al mundo la llegada de la tormenta. Dicen que un enemigo clavó su hacha en el escudo de la recluta y la sangre empezó a correr por el agujero en el metal mellado, y aun así no se movió, sino que tiró el trozo de madera y hierro al suelo y, agarrando la lanza que no era en aquel instante más que un trozo de madera y hierro destrozado con ambas manos, se lanzó contra el enemigo con todas sus fuerzas. La sangre fluyó por el aire como tornados de ira y odio y sus cabellos grises como la ceniza bailaban al son del viento que producían sus pasos ágiles y fuertes como los del león que se abalanza hacia su presa. Más y más enemigos caían a sus pies hasta el punto que abandonar su posición. Siguió luchando con la misma furia que una madre cuando el cuchillo se acerca al cuello de su hijo y, cuando una lanza enemiga estaba a punto de atravesar su estómago meintras se encontraba indefensa tras acabar con otro de esos bastardos, ocurrió un milagro, pues de su espalda nacieron dos alas blancas como la nieve.

- ¿Dos alas dices? ¡Ja, alguien le ha dado demasiados sorbos a la bota de vino.

- ¡Es verdad, muchos otros lo confirman! Hablan de dos alas blancas como la nieve que surgieron de su espalda llena de cicatrices y cortes por las espadas enemigas, y muchos de la séptima división que miraron la carnicería desde la seguridad de los cobardes dicen que alzó el vuelo y acabó con los enemigos que quedaban mientras poco a poco el cielos e iba oscureciendo. Cuando la lluvia comenzó a caer y su comandante dio la orden de volver a su posición, solo vieron una figura ensangrentada, con los cabellos salvajes que cubrían un rostro de ojos fríos como el cruel invierno, vestida con una armadura destrozada y brazos cubiertos de la sangre de aquellos que ahora pisaba con sus sandalias. Dicen que es una heraldo de los cielos que ha venido a ayudarnos en esta guerra.

- ¿Y quién es esta recluta?

- No lo sé, he oído que la han llamado a la capital para rendir cuentas a los generales y darle un destino. Ni siquiera sé su nombre, pero todos la llaman por el apodo que le dio su comandante tras la Batalla de Pastos Negros. La Tormenta del Sur.

- Suena irrisorio, pero maldita sea si es verdad, es posible que la recluta nos haya salvadod e nuestra propia muerte en el frente. Brindemos pues por ella, brindemos a la salud y fuerza de la Tormenta del Sur.

-¡Por la Tormenta del Sur!