miércoles, 26 de abril de 2023

23 de marzo de 2012

Se acercaba el lanzamiento de su juego favorito que, a pesar de no haberlo jugado todavía ni conocer la saga, era lo que más quería en el mundo. Para ella era suficiente para nombrarlo su título favorito y lo mejor del año. Apuntara el 23 de marzo en su agenda para no olvidarse, justo al lado del examen de matemáticas y aquel trabajo de lengua que no pensaba hacer porque era para subir nota, que no la necesitaba.

No obstante, ese día mágico era un viernes, así que hasta el sábado no podría acercarse en autobús hasta Pontevedra. Iba a Game de siempre, desde que Centromail cambiara de nombre. Era el único sitio donde compraba videojuegos a pesar de que ahora ya no permitían encargar nada por teléfono. En realidad, también compraba ediciones del año en Gamestop, pero los amables dependientes de Game no tenían porqué saberlo, ¿verdad?

Erika no pegó ojo en toda la noche. Ese Kid Icarus para Nintendo 3DS esperaba en la tienda. Lo imaginaba con un post-it encima con su nombre, como hacían antiguamente. Le gustaba pensar en tiempos analógicos con una especial nostalgia, aunque a sus 15 años, poco podía añorar en realidad.

Al despertarse, desayunó con prisa el bol de cereales, sin degustarlos. Su hermano Simón comparó la escena con el engulle de un pato. Esta vez Erika no le llamó la atención ni le llamó idiota, porque su cabeza no estaba en la realidad. Se despidió de su madre con un beso en la mejilla y fue a la parada del autobús, nerviosa. Nerviosa como si fuese a un examen.

Era un bonito día, soleado y con temperatura agradable. Subió al bus y se acomodó en un asiento. Esperó esos tortuosos 20 minutos de trayecto hasta la parada de Plaza Galicia y fue corriendo a la tienda, que acababa de abrir.

— Buenos días —saludó ella con una sonrisa en la cara al cansado trabajador del mostrador. Posiblemente él tampoco pegase ojo, pero por ir de fiesta.

— Buenos días, ¿qué necesita?

— Hice una reserva. Mi nombre es Erika Gómez.

El chico entró en el ordenador, bostezando con la mano libre.

— Disculpa, no hay ninguna reserva a su nombre.

Erika, todavía risueña y sin perder la paciencia en absoluto, le da detalles de la reserva, que tramitó en la web. Nada, el chico insistía en que no había nada en su nombre. Ella le indica que compruebe de nuevo su nombre, pero esta vez sin k, que igual se transcribió mal. Nada.

— No pasa nada, un error lo tiene cualquiera —dijo con cierto tono de resignación—. Aunque no sea por reserva, el juego salió ayer, ¿tenéis en la tienda el Kid Icarus de Nintendo 3DS? — ¿Qué juego?

Que al chico no le sonara en absoluto un juego de una consola de Nintendo no era una novedad. Erika asumía que la gente estuviese más centrada en el resto de consolas, en esas estúpidas guerras que llevaban a los combatientes a demostrar que su adquisición era la mejor de todas. Recuerda un video de un hombre martilleando la última Xbox. Lo cierto es que la Xbox resistió con bastante dignidad hasta que la carcasa terminó cediendo.

El chico buscaba y buscaba en su ordenador. Cuanto más insistía en que no existía el juego, más insistía Erika de que sí. Así que ya no solo resignada, sino enfadada, se dirigió a uno de los catálogos de la tienda y buscó y buscó aquel juego. Ni rastro.

Ella se conocía ese catálogo como la palma de su mano como también se sabía todos los movimientos de los personajes del último Super Smash Bros., cosa de la que siempre presumía. Así que recordaba la portada del Alan Wake en página completa, que además aseguraba que ese catálogo era para el mes de marzo. Pero ni rastro.

Erika concluyó que seguía durmiendo y todo aquello era un sueño. No podía creerse lo que estaba pasando. Le empezaron a caer las lágrimas y se sintió estúpida. Las lágrimas le hicieron sentir aquello real y se sintió estúpida por pensar que estaba viviendo una escena onírica. Se disculpó ante el chico, por hacerle perder el tiempo. Salió de la tienda indignada y destrozada. — ¡Espera, Erika! —le llamó el chico riéndose.

No estaba para aguantar ciertas cosas, pero ya que estaba allí y el bus no pasaría hasta dentro de unos 15 minutos, volvió a entró a comprobar qué sucedía. El chico le enseñó el juego en su mano, con un post-it encima que ponía «Sorpresa Rebeca, no vender». ¿En serio? Se dijo. ¿Qué estaba pasando aquí?

Su hermana mayor, Rebeca, llevaba saliendo con Miguel un tiempo y sabía que trabajaba allí. Así que prepararon juntos aquella broma para ella. Él tuvo que cambiar su turno con una compañera para estar allí ese turno. Estuvo a punto de equivocarse y no ir a la tienda, de hecho, lo recordó como a las tres de la mañana en el pub y dejó a sus amigos colgados para irse a dormir. Por suerte recordó poner el catálogo con la página perfectamente arrancada en su sitio y esconder los juegos que estaban expuestos.

Por un momento, Erika odió a su hermana con todo su ser. Pero se le pasó cuando abrazó el juego con cariño, como si fuese un cachorrito. Las lágrimas fueron desapareciendo de sus ojos y Miguel le regaló un Toad de peluche que tenía a mano, algo totalmente improvisado tras ver la sobrerreacción que tuvo su joven clienta. A ella no le importaba Toad, no entonces, porque estaba más ocupada en tranquilizarse y dejar de sentirse tan ridícula.
 
— Te gustan mucho los videojuegos, ¿eh? —expresó el dependiente.

— Mucho, ¡voy a hacer videojuegos como Sakurai!

Su hermana lo sabía. Rebeca siempre le dejaba sus juegos de Kirby y Erika fantaseaba con nuevas historias. En casa se conservaba una carpeta llena de esbozos e ideas de títulos que jamás existirían. En una de las carátulas dibujadas, salía Dedede ataviado con una gabardina y gafas de sol como Neo de Matrix. Había titulado a aquella locura «Neon Kirby Futura».

Para Erika el Kid Icarus era tan importante como cualquier cosa de su referente. Quería hacer sus juegos e incluso acabar trabajando en la sede de Nintendo en Kioto. Admiraba aquella industria con todo su ser y quería ser parte de ella. La broma la sacudió como un vendaval, cosa que se le pasaría al encender su consola y entender que realmente su hermana no solo aceptaba sus sueños, sino que sabía lo importante que era todo esto para ella.

Se aseguraría de contarle todos los secretos del juego en cuanto se pasase por casa.

lunes, 24 de abril de 2023

La carpeta azul

A Lucas018882 le gustó tu contenido. «Contenido». Su contenido era una foto, generada por IA. Usó como prompt las palabras «pájaro colorido» y «fondo dibujado por Van Gogh». La inteligencia artificial había creado una imagen muy vistosa de un pájaro en primer plano, con colores vívidos, sobre un cielo hecho con «trazos gruesos, como si se pintase con el exceso de pintura del pincel» como definía ella a los paisajes del maestro neerlandés. Era tan llamativo, que todo el mundo obviaría como las plumas de la cola del ave se fusionaban con el fondo, evidenciando el uso de una herramienta que creaba sin saber qué estaba creando.

En la aplicación la gente compartía su «contenido». Vio un video donde una gaviota bailaba sobre una barra de bar, otro donde un chico hablaba empleando un filtro que hacía que su boca pareciese un pico, una foto de una chica con la cola de un pavo real… el tema de la semana estaba ahí y la gente no hacía otra cosa que no fuese hacer que una IA desperdiciase su potencial en alimentar la maquinaria de las redes sociales.

¿Qué estás haciendo? Le dijo una voz que ignoró para continuar bajando y bajando, pasando el dedo pulgar por la pantalla. Seguiría viendo el «contenido» que generaba el resto de usuarios que desperdiciaban su tiempo allí. Imágenes, fotos, videos… donde lo real era retorcido y falso. Un escenario de cartón piedra donde ni tan siquiera las personas eran reales. Probablemente Lucas018882 ni tan siquiera existiera, probablemente era un bot para que la gente como ella sintiese que le están prestando atención. Ella sabía que tampoco se correspondía a la imagen de su foto de perfil. Ella no era la chica con ese rostro tan perfecto, sin arrugas, sin esa cicatriz que tanto odiaba y le hacía ver hacia otro lado cuando se lavaba la cara por las mañanas y se veía inevitablemente en el espejo.

Todo es falso. Le dijo esa voz que volvió a ignorar. Fue al generador de imágenes y dio las indicaciones «gato» y «ovillo». Tardó dos segundos en mostrar la foto de un gato naranja jugando con un ovillo violeta. Subió ese contenido. La reacción de Ramirooo2 y PosyWorkshop fueron contundentes «los gatos están pasados de moda, déjalo» y «menuda pringada». Esos dos mensajes fueron la antesala del odio. Acabó borrando la imagen, castigada por comentarios envenenados, que fueron multiplicándose. Generó entonces otro ave, con indicaciones genéricas. Dos likes. La ansiedad subía, pero menos que la reacción hostil previa.

La alarma del móvil le avisó que llegaba tarde a su clase de la universidad. Encendió el programa de videollamada y al otro lado estaba su profesor de Mecánica de Fluidos. Era un boomer. Hacía cosas como preguntar si se le oye o si se le ve a una audiencia de tres personas entre las que se encontraba ella. Pero nadie respondió. El profesor se aclaró la voz y continuó con su explicación, primero entusiasta, pero que poco a poco se volvió monótona, de asumir que lo que dices no le importa a nadie.

Aún a pesar de estar en clase, no era capaz de soltar el móvil. Porque estás enganchada y deberías dejarlo. Le dijo esa voz que no llegaba a escucharse, como si emitiese en una frecuencia fuera de rango. Entró a leer una conversación donde se discutía si una persona le copiaba los memes a otra persona. Memes que consistían en imágenes de series sitcom con letras por encima, formando un chiste, que ella ya había visto hacia años, pero por el motivo que fuera, estaba mal compartirlo en el mismo lapso de tiempo que cuando lo hacía otra persona.

El profesor se despidió de sus alumnos. Se veía agotado, triste. Es entonces cuando esa voz de la conciencia que había rondado a su alumna entró en su cuerpo y a través de la boca de este hombre dijo, con una franqueza que hizo que ella soltase el móvil por primera vez desde que se despertó ese día: «Estáis desperdiciando vuestra vida». Lo soltó y cayó al suelo.

A partir de ese día, el móvil se encendía y apagaba a ratos. El primer día funcionó las diez horas de su batería, a la semana duraba nueve horas y al mes solamente tres. Tampoco es como si ella pudiese comprar otro. Seguía consultando las redes sociales en el ordenador, pero no cuando estaba fuera de casa. Y fue algo que agradeció. 

El azul del cielo era más brillante que en cualquiera de las imágenes generadas por IA. Igual era el mismo tono, misma luz y contraste, pero el real tenía una magia que no podría imitar una máquina. Al sentarse en la parada del autobús apreció que enfrente había una finca con gatos. Grises, marrones y uno blanco. No jugaban con ovillos, sino que descansaban al sol. El sol daba calor y transmitía más que ese video del sol saltando a la cuerda que tanta gracia le hacía.

Al llegar a casa, no quiso sentarse en el ordenador. En su lugar, cogió una hoja de papel y dibujó un gato. Un gato gordo, peludo, no proporcionado y de largos bigotes. Ese dibujo le pareció que rompía todas las reglas. No era la semana de los gatos. Ni tan siquiera recordaba qué tema estaba de moda ahora para generar «basura». A Lucas018882 no le gustaría esa basura. Y Ramirooo2 y PosyWorkshop y todos esos nombres ridículos, no podrían verlo, ni juzgarlo, ni imitarlo. Cada trazo en ese papel era suyo, hecho con un viejo lápiz. Sintió la adrenalina de romper todo lo establecido.

Empezó a dibujar por las calles, con su carpeta azul debajo del brazo. Como si estuviese haciendo un acto revolucionario. Y enseñaba los dibujos a la gente, que no era capaz de apartar la vista de ellos. Muchos volvieron a pintar y a sentir la realidad después de ese día. Ella fue la voz de la conciencia de mucha gente.

sábado, 21 de agosto de 2021

La Batalla de los Heraldos (2/2)

Tiempos oscuros mancillaron Ban-Tenya, quien una vez fue llamada Ban-Akhor, cuando los ejércitos de luz y sombras se vieron enfrentados en la sombra de la montaña. Cambiantes, veldaken, gigantes y tritones, vestidos con armaduras de plata y acero templado, guiados por la luz de Anga Istyar se enfrentaron a los seres de niebla que se arrastraban por el suelo bajo la tenue brasa de las alas de Lilith y Caeb. La lucha duró días, el fuego y la peste lo cubrieron todo y ni el paso del sol ni el de las estrellas permitió a los guerreros que sus espadas cesasen de cortar la pútrida carne. Innumerables valientes cayeron muertos en el conflicto sin verse en él la posibilidad de victoria, pues por cada bestia que caía cinco de las huestes de Sarenrae lo hacían a su vez. Anga Istyar, furiosa, se enfrentó en combate singular a Caeb. La batalla cesó y ambos ejércitos se abrieron para dejar luchar a los líderes de las filas.

La lluvia comenzó a caer, fría como el hielo, bajo las lágrimas de la propia Selune. Los tambores brotaron en ritmo, la señal para iniciar el duelo. La espada flamígera fue desenvainada por el arcángel mientras que el demonio solo presentó sus colmillos y garras como alma. Golpe tras golpe fuego y trueno volaron por el campo de batalla, en una batalla igualada donde ningún rival cedió terreno, pero Anga Istyar era ducha en la guerra y había ya combatido el mal y aunque los dientes de Caeb alcanzaron sus alas e hicieron que la sangre fluyese del arcángel, Anga Istyar se mantuvo en pie y con su espada atravesó al heraldo de las sombras. De su boca no surgió brea por sangre y de sus ojos despojo en vez de lágrimas. Antes de abandonar este mundo, Caeb lanzó un ataque con sus garras que golpearon los ojos de Anga Istyar como la serpiente que muerde tras cortarle la cabeza, pero fue esquivado con rapidez. El cadáver de la bestia cayó al suelo convertido en niebla y las cuatro razas gritaron de júbilo al ver la victoria de su heraldo. Pero no duró mucho, pues Lilith rápidamente aprovechó el gozo de Anga Istyar para sorprenderla con sus zarpas de sombra que arrancaron los ojos del arcángel y la cegó, llenando los cielos con sus gritos de dolor, y con sus cadenas y ganchos perforó el cuerpo de la heraldo para que no pudiese moverse. Los ejércitos de Sarenrae callaron para que los de Lilith gritasen de fiereza por su líder mientras la lluvia, de agua cristalina, se tornó en sangre fruto de la rabia de Selune. Anga Istyar, incapaz de moverse ni de ver a su enemiga, chilló de dolor, que solo cesó cuando Lilith, aquella que el mundo ha olvidado, con sus manos atravesó el pecho del arcángel.

Los gigantes perdieron en aquel momento la fe pues en su corazón nació la desesperanza, mas no se rindieron pues el rey de todos ellos, el gran Hraesvelger, era sabio y había preparado junto a sus hechiceros su mayor plan. Los gigantes arrojaron sus armas y renunciaron a las enseñanzas de Sarenrae para sobrevivir y usaron para su favor los conocimientos que el propio Asmodeus les había enseñado en secreto de las grandes diosas. Los gigantes abandonaron la luz en sus corazones y de ese vacío surgió magias extrañas formadas por cadenas de sangre que atrayeron a las bestias de la dama oscuras a sus armas y las selló en su interior. En los garrotes de los gigantes de las colinas se guardaron los subalternos, en las hachas de los gigantes de escarcha a los oficiales, en las espadas largas y de joyas incrustadas los generales y en el mandoble del rey, el que una vez guardó el símbolo de Sarenrae, se guardó a Lilith. Las bestias abandonaron así el campo de batalla pero Lilith, viendo que iba a ser tomada y recluida, maldijo a las cuatro razas con una horrible enfermedad y de sus labios negros como la obsidiana una miasma rodeó a los ejércitos de luz y prometió que en su madurez todos y cada uno de ellos verían sus cuerpos cubiertos con pustulas y su vida, al igual que una flor que crece en tierra mancillada, jamás germinaría hasta su plenitud. 

Mas las cuatro razas no sintieron cambios en sí y volvieron a la lucha, ahora sin sus enemigos más poderosos. Ahora las bestias estaban solas, no podían defenderse y su liderazgo había desaparecido. Lo que otrora fue una batalla que parecía interminable se convirtió en una masacre y finalmente, tras años de persecución, las cuatro razas aplacaron el mal que asolaba la tierra de Ban-Tenya. Cuando la batalla cedió, las cuatro razas volvieron a sus antiguas vidas, seguros de que ahora podrían disfrutar del paraíso que habían recuperado, pero no tardó mucho en truncarse su felicidad, pues las palabras de Lilith no fueron en vano y pronto la maldición se tomó la vida de muchos de ellos.

Los cambiantes se ocultaron en el bosque para buscar una cura a su maldición, los veldakens fueron a los valles más profundos para resguardarse de futuras amenazas, el rey de los gigantes de la tormenta, el único superviviente de los grandes reyes de los gigantes, tomó en cuerpo de Anga Istyar, aún viva y en eterno sufrimiento, y lo llevó a Calleb Dhur, donde los gigantes formaron su nuevo hogar bajo un único lider, y los tritones, pese a haber sufrido, volvieron a las costas y a la tierra, con el efímero propósito de curar las cicatrices que ahora existían en el mundo. Las cuatro razas con el tiempo se fueron distanciando, aislándose lentamente hasta olvidarse de las demás mientras la maldición no solo carcomía sus cuerpos sino sus mentes. Muchos abandonaron las enseñanzas de la diosa y en lugar de esperanza solo vacío quedó. 

Cuando acabó la guerra, Selûne y Sarenrae lloraron al ver el estado de su creación y cedieron a los deseos del resto de dioses, Ban-Tenya ya no era un paraíso y permitieron al resto de razas acceder al mundo. Humanos, enanos, elfos y medianos crearon grandes barcos de madera blanca y viajaron a Ban-Tenya por designios de los dioses y tras años de viaje alcanzaron las arenas blancas de la tierra y la llamaron Ban-Oefrilien, la Tierra más allá del océano, y crearon reinos por todo el continente, dando lugar así a la primera edad del mundo como lo conocemos.

sábado, 29 de mayo de 2021

La Batalla de los Heraldos (1/2)

Antes del reinado de los hombres y el consejo de los magos rojos, antes del exilio de los gigantes y la decadencia de su sangre, antes de que la tierra se plagase de cuerpos y el suelo se tiñese de rojo para el deleite de los cuervos, antes de que el mundo fuese mundo y el todo estuviese completo, solo existía el vacío y del vacío surgió Selûne, la dama de la luz plateada, y que muchos rinden culto bajo el nombre de Ihys, el señor de la llama dorada, y Shâr, la dama de la niebla y la oscuridad y que muchos conocen con el nombre del Tejedor de Sombras.

Ambas deidades deseaban un mundo que cubriese el vacío del que habían surgido, un mundo en el que la vida pudiese florecer y crecer acorde a sus deseos. Selûne y Shâr crearon la luz y la oscuridad para llevar a cabo su trabajo, mas Sêlune deseaba un mundo bello y brillante, donde la luz cubriese la tierra y su calor y resplandor llegase a los confines del mundo, y Shar deseaba un mundo frío y oscuro, donde la niebla violeta alcanzara los picos más altos de las montañas y el rocío de la noche acompañase a sus hijos como un abrazo de cuna. Los dos entes discutieron durante evos con el fin de llevar a cabo su visión pero nunca alcanzaban un acuerdo, pues la luz es contraria a la oscuridad y la oscuridad no puede existir si la luz vive. Las palabras y pensamientos llevaron a la lucha y la lucha creó tormentas cósmicas cuya fuerza tergiversó la propia realidad y en golpes que llenaban el vacío de furia y miedo. Nadie sabe cuánto duró aquella batalla ni nadie lo sabrá jamás, pero de su final inconcluso surgieron los dioses menores, dioses de luz y oscuridad a los cuales el mundo reza, y el vacío dejó de ser vacío para convertirse en el universo. Millones de planetas y cuerpos celestes tomaron su legítimo lugar en el mundo y Sêlune y Shar vieron que habían creado el mundo aunque no eran como habían soñado, y ambas decidieron ceder su lucha pues no deseaban la destrucción de su propia creación.

Los dioses menores aplaudieron la decisión de sus creadores y entre todos formaron Abeir-Toril, el mundo antiguo, el equilibrio perfecto entre luz y oscuridad que poblaron con las razas antiguas, los monstruos y las bestias. Las grandes damas habían cesado su lucha y ambas gobernaban sobre su creación, pero Selûne albergaba tristeza en su corazón, pues había deseado un mundo solo para ella y en su ambición creó en secreto la tierra de Ban-Akhor, la Tierra de la Luz Eterna, que estaba separada de Abeir-Toril por el gran océano, y a la guardiana de aquel mundo separado, Sarenrae, la Semperclara, cuyas alas de luz curaban la tristeza y el dolor de aquellos que lo necesitaban y cuya espada flamígera derrotaba a las sombras antes de que pudieran dañar la tierra. Selûne y Sarenrae formaron las montañas, los ríos, los valles y las cavernas de Ban-Akhor y una vez acabaron su labor poblaron su paraíso con las cuatro razas de Ban-Akhor: los veldakens, quienes se asentaron los valles del sur y dedicaron sus vidas al estudio y el deber, los cambiantes, quienes corrían y cantaban libres y felices por los bosques y selvas, los gigantes, nacidos de la piedra, el fuego, el hielo y los cielos, dueños de las montañas y maestros de las artes y cuya artesanía no tenía digno rival entre las demás razas, y los tritones, que vivían en las costas y dividieron su vida entre la tierra y el océano asegurándose que la vida florecía y el mal no los asolaba. El mundo vivió libre y sin conocer la oscuridad, protegidos eternamente por la Sempeclara que los nutrió y les instruyó en sus artes y enseñanzas y les cuidaba con ternura y cariño desde su nacimiento a su muerte.

Ban-Akhor fue un paraíso por generaciones, oculta en secreto del resto de deidades bajo la tutela de Sarenrae. Pero Asmodeus, señor de los infiernos, que había estudiado el cosmos y cuyos ojos alcanzaban toda la creación, vio que la luz de Sarenrae le cegaba e impedía ver más allá de esta y el archidemonio, llevado por la codicia y la curiosidad, se enfrentó a la portadora de la espada flamígera para conocer sus secretos. El fuego blanco y el fuego oscuro chocaron y de aquel conflicto surgieron estruendos y calamidades que retumbaron por todo el universo y Asmodeus, pese a que no fue capaz de abatir a la Sempeclara, consiguió plantar la semilla de la intriga en el resto de dioses, que descubrieron así el secreto que por tanto tiempo habían ocultado.

Los dioses enfurecieron al conocer aquella tierra gobernada por la luz y sin tinieblas, pues era una afrenta contra el resto del cosmos y una violación de la paz que las grandes creadores habían acordado, y Shar, llevada por la ira, maldijo la tierra de Ban-Akhor y de las montañas y valles donde las tinieblas jamás habían tomado forma, surgieron seres de humo oscuro y llamas negras y asolaron así el que una vez fue el paraíso que Sarenrae había jurado proteger y Ban-Akhor dejó de llamarse Ban-Akhor una vez la oscuridad alcanzó la luz y se llamó Ban- Tenya, la Tierra de los Llantos.

Aquellos seres, entes sin forma ni cometido más allá de la destrucción, corrompieron la tierra y plagaron los corazones de sus habitantes de desesperanza. Selûne y Sarenrae fueron obligadas a ver la destrucción de su creación incapaces de actuar bajo el mandato de los otros dioses, ya que si así lo hacían, una nueva guerra nacería en el cosmos y la creación sería destruída. Así fue como Sarenrae, incapaz de actuar por su cuenta, mandó en secreto a Anga Istyar, Heraldo de Hierro, su más fiel sirviente y guerrero a combatir el mal que asolaba el mundo que había amado, y sus alas se tornaron rojas de la sangre de los seres de niebla que arrasó y sus gritos de guerra inspiraron a las cuatro razas que poblaban Ban-Tenya a defenderse de la progenie de Shar, pues sabían que Sarenrae no los había abandonado y seguía cuidando de ellos.

Ban-Tenya dejó de dormir frente a la oscuridad y con su esfuerzo y coraje hicieron retroceder a la sombras y con sus esfuerzos hubieran conseguido extinguirlos, mas Asmodeus vio que Sarenrae había enfrentado en secreto a la oscuridad y, puesto que ninguna deidad o demonio podía actuar en el conflicto, moldeó a partir de miedo y sombras a sus propios heraldos: Lilith, Madre de Sombras, y Caeb, Padre de Tormentos y les dió parte de su propio poder para que pudieran hacer frente a Anga Istyar.

Lilith era hermosa y bella, de piel gris ceniza y labios de obsidiana, vestida con plumas negras y mantos de esencias grisáceas, con una corona de cuernos rojos y seis alas como las de Anga Istyar, marcadas con el fulgor de las profundidades del Infierno. Caeb era un ser monstruoso, cuya cabeza se asemejaba a la de un dragón, con cuerpo cubierto de escamas negras similar al de un león y una larga cola serpentina de fuego azul y de cuya boca surgía saliva de mercurio y aliento de veneno. Las sombras volvían a tener una oportunidad contra la luz y los tambores de guerra volvieron a sonar una vez más, pues ambos ejércitos se habían cansado de una lucha eterna sin vencedor y ambos se reunieron a sus tropas bajo las faldas de Calleb Dhur, la Montaña que alcanza el cielo, a fin de acabar el conflicto y aplastar a su enemigo, sin saber que sería el fin de ambos.

sábado, 20 de marzo de 2021

El Dragón Durmiente

 Mi cabeza es una gran caverna capaz de albergar tesoros y horrores. Está dividida en salones dentro de salones, amplios como las grandes praderas y profundos como el abismo de los hombres, con galerías tan altos como montañas y pasadizos estrechos para que nadie salvo yo pueda pasar por ellos.

En sus salones hay ideas para miles de mundos fantásticos, cuyos dioses y habitantes jamás han pisado nuestro mundo, lores antiguos como el origen de los tiempos y nuevos como una vida que llora por primera vez. En sus galerías, poemas de amor y palabras para un amigo necesitado, en sus cofres, recuerdos pasados y casi olvidados, y tras sus puertas selladas con cadenas y cerrojos de acero templado, peligros y memorias que desearía haber olvidado. Y entre tesoros y reliquias, entre oscuridades y secretos, un dragón durmiente se ha hecho el amo de todos ellos.

Mi dragón no tiene alas, su piel no está cubierta por escamas duras como el acero ni escupe fuego por su boca, pero es más terrorífico que cualquier sierpe de la que haya leído. Mi dragón no secuestra princesas, no atemoriza a los locales ni lucha contra caballeros en brillante armadura, pues no es un dragón que uno vea como un obstáculo a superar, es un muro inescapable.

Mi dragón es un ser amorfo de niebla negra que habita durmiente en mi cabeza a la espera de despertar. Se oculta entre recuerdos y momentos felices, invisible a mi ojo, pero su respiración fuerte como los huracanes marca su presencia y me impide ignorarlo. No respira porque lo necesite, lo hace para hacerse notar, para recordarme que está ahí, para demostrar que no se ha ido, para amenazarme con su mera existencia, para expresarme que jamás se irá y que la caverna que habita será su guarida eterna.

Su hambre es voraz. Come y come hasta acabar con todo lo que encuentra. Su ira es ardiente y efusiva, no distingue aliado de enemigo, y no puedo sino mirar mientras destruye los tesoros que tanto ansía. Pero, por mucha hambre que sienta, por mucho que la ira le consuma, mi dragón no despierta por algo tan trivial. Mi dragón espera paciente al momento perfecto, al momento en el que sabe que su daño es mayor, al momento en el que menos le deseo.

Mi dragón solo despierta cuando soy más vulnerable, cuando todo a mi alrededor se desmorona, cuando el sendero se vuelve oscuro y las paredes de mi caverna tiemblan a punto de caer. Es solo entonces cuando abre sus serpentinos ojos, esos horribles ojos ámbar de color de las llamas. Cuando despierta, sus fofas patas le yerguen e hincha los pulmones para soltar un grito voraz que anuncia su regreso y el inicio de su matanza. Sus colmillos desgarran mis mayores pasiones, sus garras aplastan los recuerdos que más atesoro, su cola destroza mis galerías y columnas para hacer caer el techo de mi caverna y yo, inmóvil, solo puedo contemplar horrorizado mientras acaba con todo a su paso. Solo puedo esperar pacientemente a que acabe con su pérfida cruzadas y no puedo sino llorar cuando vuelve a dormir, preparado para volver a emerger cuando su momento llegue de nuevo.

El techo de mi caverna ha sucumbido muchas veces y siempre lo he reparado. Las paredes de mi caverna se han resquebrajado y yo siempre las he sellado. He cosido mis recuerdos, he tejidos mis memorias con los restos que han quedado, he reparado lo que una vez estuvo roto y he vigilado los salones de mi caverna, vigilante a su llegada, seguro de que volverá a despertar y aterrado de saber si su nuevo despertar es demasiado para mí, si no seré capaz de reparar lo que destruya.

Nunca sé qué le despertará la próxima vez: una pelea, una discusión, un malentendido, un miedo que creí olvidado… Tan solo puedo esperar paciente a que despierte. No sé cuándo ni cómo, solo sé que lo hará.

En mi cabeza hay una caverna donde guardo mis recuerdos y deseos y en ella un dragón gobierna sobre ellos. Mi dragón ve mi cabeza como su reino y mis recuerdos su posesión. Tiempo hace desde que habita en mí y a veces pienso que jamás se marchará, que estoy condenado a este castigo, pero no le dejaré, no mientras luche por evitarlo. Cada día que pasa respiro más tranquilo, cada esfuerzo que hago por mejorar hace más ligeros mis hombros. Lento y difícil avanzo hacia el camino que deseo con cada paso que doy. Cada paso duele como mil agujas en mi piel, cada gota de sudor en mi frente es pesada como una piedra a mi espalda, pero no por ello dejo de caminar.

Mi dragón no tiene alas, su piel no está cubierta por escamas duras como el acero ni escupe fuego por su boca, pero es más terrorífico que cualquier sierpe de la que haya leído. Mi dragón no secuestra princesas, no atemoriza a los locales ni lucha contra caballeros en brillante armadura, pues no es un dragón que uno vea como un obstáculo a superar, es un muro inescapable. Pero quizás no sea un muro tan alto, quizás no sea tan empinado o duro. Quizás algún día pueda acabar con él.

En mi cabeza hay una caverna donde guardo mis recuerdos y deseos y en ella un dragón gobierna sobre ellos. Y algún día, el dragón se irá y, finalmente, podré respirar en paz.