sábado, 20 de marzo de 2021

El Dragón Durmiente

 Mi cabeza es una gran caverna capaz de albergar tesoros y horrores. Está dividida en salones dentro de salones, amplios como las grandes praderas y profundos como el abismo de los hombres, con galerías tan altos como montañas y pasadizos estrechos para que nadie salvo yo pueda pasar por ellos.

En sus salones hay ideas para miles de mundos fantásticos, cuyos dioses y habitantes jamás han pisado nuestro mundo, lores antiguos como el origen de los tiempos y nuevos como una vida que llora por primera vez. En sus galerías, poemas de amor y palabras para un amigo necesitado, en sus cofres, recuerdos pasados y casi olvidados, y tras sus puertas selladas con cadenas y cerrojos de acero templado, peligros y memorias que desearía haber olvidado. Y entre tesoros y reliquias, entre oscuridades y secretos, un dragón durmiente se ha hecho el amo de todos ellos.

Mi dragón no tiene alas, su piel no está cubierta por escamas duras como el acero ni escupe fuego por su boca, pero es más terrorífico que cualquier sierpe de la que haya leído. Mi dragón no secuestra princesas, no atemoriza a los locales ni lucha contra caballeros en brillante armadura, pues no es un dragón que uno vea como un obstáculo a superar, es un muro inescapable.

Mi dragón es un ser amorfo de niebla negra que habita durmiente en mi cabeza a la espera de despertar. Se oculta entre recuerdos y momentos felices, invisible a mi ojo, pero su respiración fuerte como los huracanes marca su presencia y me impide ignorarlo. No respira porque lo necesite, lo hace para hacerse notar, para recordarme que está ahí, para demostrar que no se ha ido, para amenazarme con su mera existencia, para expresarme que jamás se irá y que la caverna que habita será su guarida eterna.

Su hambre es voraz. Come y come hasta acabar con todo lo que encuentra. Su ira es ardiente y efusiva, no distingue aliado de enemigo, y no puedo sino mirar mientras destruye los tesoros que tanto ansía. Pero, por mucha hambre que sienta, por mucho que la ira le consuma, mi dragón no despierta por algo tan trivial. Mi dragón espera paciente al momento perfecto, al momento en el que sabe que su daño es mayor, al momento en el que menos le deseo.

Mi dragón solo despierta cuando soy más vulnerable, cuando todo a mi alrededor se desmorona, cuando el sendero se vuelve oscuro y las paredes de mi caverna tiemblan a punto de caer. Es solo entonces cuando abre sus serpentinos ojos, esos horribles ojos ámbar de color de las llamas. Cuando despierta, sus fofas patas le yerguen e hincha los pulmones para soltar un grito voraz que anuncia su regreso y el inicio de su matanza. Sus colmillos desgarran mis mayores pasiones, sus garras aplastan los recuerdos que más atesoro, su cola destroza mis galerías y columnas para hacer caer el techo de mi caverna y yo, inmóvil, solo puedo contemplar horrorizado mientras acaba con todo a su paso. Solo puedo esperar pacientemente a que acabe con su pérfida cruzadas y no puedo sino llorar cuando vuelve a dormir, preparado para volver a emerger cuando su momento llegue de nuevo.

El techo de mi caverna ha sucumbido muchas veces y siempre lo he reparado. Las paredes de mi caverna se han resquebrajado y yo siempre las he sellado. He cosido mis recuerdos, he tejidos mis memorias con los restos que han quedado, he reparado lo que una vez estuvo roto y he vigilado los salones de mi caverna, vigilante a su llegada, seguro de que volverá a despertar y aterrado de saber si su nuevo despertar es demasiado para mí, si no seré capaz de reparar lo que destruya.

Nunca sé qué le despertará la próxima vez: una pelea, una discusión, un malentendido, un miedo que creí olvidado… Tan solo puedo esperar paciente a que despierte. No sé cuándo ni cómo, solo sé que lo hará.

En mi cabeza hay una caverna donde guardo mis recuerdos y deseos y en ella un dragón gobierna sobre ellos. Mi dragón ve mi cabeza como su reino y mis recuerdos su posesión. Tiempo hace desde que habita en mí y a veces pienso que jamás se marchará, que estoy condenado a este castigo, pero no le dejaré, no mientras luche por evitarlo. Cada día que pasa respiro más tranquilo, cada esfuerzo que hago por mejorar hace más ligeros mis hombros. Lento y difícil avanzo hacia el camino que deseo con cada paso que doy. Cada paso duele como mil agujas en mi piel, cada gota de sudor en mi frente es pesada como una piedra a mi espalda, pero no por ello dejo de caminar.

Mi dragón no tiene alas, su piel no está cubierta por escamas duras como el acero ni escupe fuego por su boca, pero es más terrorífico que cualquier sierpe de la que haya leído. Mi dragón no secuestra princesas, no atemoriza a los locales ni lucha contra caballeros en brillante armadura, pues no es un dragón que uno vea como un obstáculo a superar, es un muro inescapable. Pero quizás no sea un muro tan alto, quizás no sea tan empinado o duro. Quizás algún día pueda acabar con él.

En mi cabeza hay una caverna donde guardo mis recuerdos y deseos y en ella un dragón gobierna sobre ellos. Y algún día, el dragón se irá y, finalmente, podré respirar en paz.

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